Fragmento del capítulo 20, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

«Una estentórea ovación cerró la actuación. Realicé una pausa y levanté con ímpetu la bolsa que me cubría, todos elogiaron la interpretación de mi composición y la del músico griego. Isabel, tan conmovida como su madre, casi lloraba. Supe después que aquella banda sonora se encontraba entre sus favoritas. Nunca se me olvidará el atónito rostro de Antonio que jamás me había escuchado tocar el piano, sus palabras hacia lo que había presenciado era una mezcolanza de asombro y admiración. Si alguna vez él estuvo enamorado de mí, fue en ese preciso instante.»

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén