MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 38

9 Al primer lugar donde acudimos una vez quedó confirmado nuestro parentesco tras la prueba de hermandad fue a la casa de nuestra única tía. Ella jugaba en el jardín de su mansión, junto a nuestros pequeños primos. Llegamos sin avisar; Paco, fiel a su palabra, no le había advertido de nada. Yo insistí en darle la más maravillosa de las sorpresas a Laura, no calculando bien el grado de emoción que toleraría al encontrarse con su ahijada después de varias décadas incluyéndola en el grupo de seres que ella consideraba bajo tierra. Tuvimos que llamar a una ambulancia porque se desmayó cuando le contamos la historia y le enseñamos el infalible test genético. Ha transcurrido mes y medio desde entonces, y Marta —que, lógicamente, así desea que la llamemos— ha venido varias veces de Tres Cantos, localidad donde reside. Yo también le he devuelto alguna visita, conocí a sus hijos: Susana y Ángel que son tan repelentes y caprichosos como cabría esperar de una ...