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Página 81 de «Mi hija y la ópera»

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 7 Teresa regresó a la semana siguiente con la excusa de que debía realizar un trabajo en Moratalla, una localidad cercana a Calasparra. Estuvo un par de noches en casa, las del miércoles y jueves. Alegaba que una cena con nuestra compañía siempre sería más cálida que la fría estancia en un hotel. Mi padre ingenió un plan, logrando que ella se hospedase con nosotros minimizando mi desaprobación: él me cedería su dormitorio y ellos dormirían en cada una de las camas de mi cuarto, mi padre en la mía —especificó insistente— y Teresa en la que solía acostarse mi tía. La mujer procuró ganarse mi cariño en aquellas estancias nocturnas. Yo no conseguí ver en ella otra cosa que una intrusa que relegaba a Laura de nuestras vidas. Me dijo que el lunes subsiguiente debía terminar el estudio de calidad que desarrollaba en una fábrica moratallense y que, por ello, traería desde Cartagena a su perra para que jugase con Yako. Esa misma noche mi tía me llamó por teléfono para anunciarnos que vendría c

Página 75 de «Mi hija y la ópera»

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6 Aunque mi tía depusiera nuestros encuentros de fin de semana, fue ella la que me proporcionó los libros de texto que le servían de apoyo en nuestras clases para que los estudiase, telefoneándome casi todas las noches para tantear mi evolución. La conferencia de los sábados era bastante más larga porque hacíamos un repaso semanal a todo lo aprendido. Recuerdo que, en ocasiones, mi padre comentaba con Laura que anhelaba que yo desarrollase mi talento realizando actividades que me motivasen, que no perdiera demasiado el tiempo con aquello que no satisficiera mis intereses o capacidades. En otras conversaciones telefónicas discutían: él mantenía su negativa a habilitar la habitación secreta con el subterfugio de que las herramientas y otros enredos peligrosos no podían almacenarse en otro lugar. Yo creo que intentaba evitar que mi abuela prolongase su estancia en nuestra casa, o tal vez su santuario era intocable. Daniel y mi padre colaboraban también en mi desarrollo educacional, con má

Página 61 de «Mi hija y la ópera»

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  5 De lunes a viernes, reemplazando las clases escolares, apoyaba a mi padre en las arduas tareas domésticas. Buena parte de aquel tiempo lo destinó a enseñarme a cocinar recetas sencillas. Las lecciones de piano que recibía los sábados se cambiaron a las tardes del martes y del jueves. Con esta medida —buena por partida doble— evitaba que Dani coincidiera con Laura y conseguía tener a mi tía en exclusividad para optimizar el temario que cada fin de semana me aguardaba. Ella aprovechaba sus desplazamientos desde Cartagena para llevar y traer documentos relacionados con los negocios de mi padre y así descargar a Paco de su semanal informe, que se convirtió en mensual. Seguían cayendo, no obstante, en viernes las visitas de la persona a la que yo llamaba padrino. Él discutía con mi padre, junto al escritorio, en una de las esquinas del salón, acerca de contratos de personal, nóminas y sobre la prioridad de a cuáles proveedores debían firmar un talón o un pagaré. Lo único que recuerdo es

Página 45 de «Mi hija y la ópera»

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4 El verano del noventa acabó y una sorpresa me aguardaba como aperitivo al curso escolar: mi señorita, María Bermejo, había sido trasladada a otro colegio. Su lugar lo ocupaba ahora doña Catalina, una mujer al borde de la jubilación a la que conocía de vista por ser profesora de otras clases del centro. Transmitía respeto, incluso la temían mis compañeros, de entre ocho y nueve años, casi de su estatura. No parecía achantarse ni siquiera con el director; todo lo contrario a su antecesora. Para conocernos nos ordenó que durante el fin de semana escribiésemos una redacción con un tema común, que contáramos en un máximo de dos folios aquello que habíamos hecho en verano. El texto que más le gustase se leería en alto por el alumno ganador y recibiría un sonoro aplauso como premio.

Página 23 de «Mi hija y la ópera»

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2 Todos los bienes de mi abuelo, el negocio, unos locales arrendados a otros comercios y dos viviendas —la del pueblo y la de la ciudad—, cayeron en manos de mi padre. Debía reunirse con el asesor de la empresa y con un tal Paco, quien había acabado como mano derecha de mi abuelo tras la marcha de su hijo a Calasparra. Por ello tuvimos que permanecer unas jornadas en Cartagena, lo cual fue un alivio para mí tras los primeros días de clase. —¿Quieres que nos quedemos a vivir aquí? —preguntó mi padre refiriéndose a la ciudad que le vio crecer. Asentí. —Tendrías que cambiar de colegio. —¿Podré ir con la tita? —Laura te podrá visitar más veces si estamos en Cartagena, pero no será en la misma casa donde vivíamos. —¿Por qué? —Porque la vendimos para comprar la de Calasparra. Ahora nos haremos con una mejor, pero durante un tiempo tendremos que quedarnos en la del abuelo Pepe, donde yo vivía cuando tenía tu edad.

Volumen 35 de «Mi hija y la ópera»

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6    Trini se hizo cargo de todo lo referente a la certificación del óbito y de coordinar las funciones de los cuatro profesionales que descendieron el ataúd al salón, junto al piano, una de las últimas voluntades de mi padre. El protocolo restante desde aquel momento hasta que anocheció fue realizado por una serie de personas acostumbradas a trabajar con cuerpos sin vida. Marisa fue la primera en llegar, iba acompañaba de Pedro, entre sollozos me abrazó. Su aspecto había mejorado en el último mes, las canas que contrastaban con su cabello azabache, se habían convertido en mechones rubios sobre una melena castaña, un lindo pañuelo rojo bordeaba su cuello. Pedro vestía un refinado traje azul marino con una bufanda negra que colgaba garbosa sobre uno de sus hombros. Era sábado, a lo mejor vinieron ataviados así para la ocasión, o tal vez se les había truncado algún plan aquella noche.    El salón estaba lleno de personas desconocidas cuando llegaron Laura y Alberto. A mi tía se

Volumen 33 de «Mi hija y la ópera»

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4    Las jornadas transcurrieron implacables, el estado físico de mi padre nos revelaba que nos encontrábamos ante su inexorable fin. La máquina que le ayudaba a respirar producía un estridente sonido que impedía el descanso a todo aquel que procurase reposar en su dormitorio. De igual modo yo dormía la siesta sobre su cama mientras él, desde su mecedora, intentaba releer alguna de las muchas obras que atesorábamos en casa desde tiempos inmemoriales. Creo que ya ni leía, utilizaba el libro para dirigir su mirada y pensar. Otras veces lo cerraba, descorría la cortina y le echaba un vistazo al pueblo y quién sabe si a la infinitud del paisaje, meciéndose con suavidad. Yo solo abandonaba la habitación cuando Trini, la enfermera que le asistía, se adentraba para realizar su ingrata labor de limpieza. Conociéndole, debió ser humillante para él. No quiero imaginar cómo tuvo que sentirse cuando en ese mismo cuarto lo desnudaron y ataron a la pared durante días.    Desde que Marisa s

Volumen 32 de «Mi hija y la ópera»

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3    La salud de mi padre mermó tras la visita de su buen amigo Paco. A partir de entonces convirtió la planta superior de nuestra vivienda en una especie de fortaleza donde descansaba, se aseaba y escuchaba música. Si bajaba las escaleras era para comer algo. Atribuí a la ansiedad que me producía la enfermedad de mi progenitor cuando somaticé el estrés con dolores en el vientre y en los pechos, incluso no me extrañó que la menstruación se demorase al estar padeciendo en mis carnes el declive físico de la única persona que ha estado junto a mí desde siempre. Por las mañanas, la congoja y la tortura psicológica a la que estaba siendo sometida me producía náuseas, de tal manera que casi siempre acababa por provocarme el vómito. Toda aquella sintomatología no me atormentaba en comparación a la posibilidad de haber quedado encinta, porque aunque fuera remota la probabilidad, existía un exiguo riesgo de concepción por aquel par de minutos donde el puertorriqueño de dientes separados