Página 23 de «Mi hija y la ópera»


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Todos los bienes de mi abuelo, el negocio, unos locales arrendados a otros comercios y dos viviendas —la del pueblo y la de la ciudad—, cayeron en manos de mi padre. Debía reunirse con el asesor de la empresa y con un tal Paco, quien había acabado como mano derecha de mi abuelo tras la marcha de su hijo a Calasparra. Por ello tuvimos que permanecer unas jornadas en Cartagena, lo cual fue un alivio para mí tras los primeros días de clase.

—¿Quieres que nos quedemos a vivir aquí? —preguntó mi padre refiriéndose a la ciudad que le vio crecer.

Asentí.

—Tendrías que cambiar de colegio.

—¿Podré ir con la tita?

—Laura te podrá visitar más veces si estamos en Cartagena, pero no será en la misma casa donde vivíamos.

—¿Por qué?

—Porque la vendimos para comprar la de Calasparra. Ahora nos haremos con una mejor, pero durante un tiempo tendremos que quedarnos en la del abuelo Pepe, donde yo vivía cuando tenía tu edad.

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