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Página 89 de «Mi hija y la ópera»

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  Andrés, III Nuestro protagonista se convirtió en un joven retraído e inseguro tras aquel fracaso sobre el escenario. Su renovada amistad con José Blázquez —y la comitiva que solía acompañarle en sus juergas nocturnas— propiciaron que adquiriese hábitos poco saludables, conducta que se incrementó cuando se independizó. Adquirió una vivienda en el séptimo piso de uno de los bloques de Urbincasa, en la calle Almirante Baldasano, cercana a la casa de su padre. Fue en agosto de 1975, cuando escuchó el aria de «Nessun dorma» de la ópera Turandot que provenía de un balcón cercano. Sería el decaimiento producido por estar varios días de resaca o la tristeza que irradiaba aquella última tarde de agosto, o tal vez una lejana evocación de su madre o el recuerdo de su solitario padre, con el que apenas conversaba fuera del trabajo, o todo junto, que la melodía exaltó la más profunda emoción que jamás había sentido por unas notas musicales. Había anochecido cuando salió a dar un paseo con aquel c

Página 61 de «Mi hija y la ópera»

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  5 De lunes a viernes, reemplazando las clases escolares, apoyaba a mi padre en las arduas tareas domésticas. Buena parte de aquel tiempo lo destinó a enseñarme a cocinar recetas sencillas. Las lecciones de piano que recibía los sábados se cambiaron a las tardes del martes y del jueves. Con esta medida —buena por partida doble— evitaba que Dani coincidiera con Laura y conseguía tener a mi tía en exclusividad para optimizar el temario que cada fin de semana me aguardaba. Ella aprovechaba sus desplazamientos desde Cartagena para llevar y traer documentos relacionados con los negocios de mi padre y así descargar a Paco de su semanal informe, que se convirtió en mensual. Seguían cayendo, no obstante, en viernes las visitas de la persona a la que yo llamaba padrino. Él discutía con mi padre, junto al escritorio, en una de las esquinas del salón, acerca de contratos de personal, nóminas y sobre la prioridad de a cuáles proveedores debían firmar un talón o un pagaré. Lo único que recuerdo es

Página 57 de «Mi hija y la ópera»

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Andrés, II Era a finales de los sesenta cuando formó un conjunto musical con sus amistades de la infancia Antonio López y José Blázquez, circunstancia que le ayudaría a olvidarse de Teresa, una chica que fue novia de un amigo común y de la que se enamoró en la adolescencia. El joven Rosique había aprendido a tocar la guitarra años atrás gracias a la perseverancia de Antonio, el más talentoso de los miembros del grupo. Por aquel entonces ya había abandonado los estudios y trabajaba en una de las tiendas de su padre, en los puestos de menor responsabilidad y sueldo. Con dieciséis años, el tiempo que destinaba a su empleo, apenas le concedía espacio para asuntos ociosos, dedicándole a la música los fines de semana. Una madrugada de mediados de marzo de 1970, tras uno de sus ensayos, llegó a casa y se encontró una hoja escrita por su padre en el suelo, detrás la puerta de la entrada: «Tu abuela ha muerto, me he ido a Balsicas, llama a casa de los tíos». Pepe se refería a su suegra, la que

Página 33 de «Mi hija y la ópera»

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  Andrés, I Podría empezar dándome a conocer, pero eso importa poco ahora. La historia que viene a continuación bien valdría como introducción del manuscrito La hija del leñador, escrito por Violeta Rosique, y que yo voy a intercalar dentro del mismo. Estas palabras no tienen otro objetivo que el de aclarar parte del pasado de su padre. Tal vez con ello pueda comprenderse alguno de sus actos. La familia de Andrés se instaló en Cartagena a finales de los años cincuenta del pasado siglo xx. Eran agricultores de una pedanía del municipio murciano de Torre Pacheco. Pepe Rosique había convencido a su mujer para abandonar su pequeña localidad, no solo en búsqueda de prosperidad, sino como remedio para superar el fallecimiento de su hijo Antonio, nacido dos años antes que Andrés, al que una gripe se lo llevó a la edad de cuatro. La salud del mayor de sus retoños nunca fue buena, quizás tuvo marcado en su destino una defunción prematura; es posible que las cosas sucediesen porque así tuvieron

Página 23 de «Mi hija y la ópera»

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2 Todos los bienes de mi abuelo, el negocio, unos locales arrendados a otros comercios y dos viviendas —la del pueblo y la de la ciudad—, cayeron en manos de mi padre. Debía reunirse con el asesor de la empresa y con un tal Paco, quien había acabado como mano derecha de mi abuelo tras la marcha de su hijo a Calasparra. Por ello tuvimos que permanecer unas jornadas en Cartagena, lo cual fue un alivio para mí tras los primeros días de clase. —¿Quieres que nos quedemos a vivir aquí? —preguntó mi padre refiriéndose a la ciudad que le vio crecer. Asentí. —Tendrías que cambiar de colegio. —¿Podré ir con la tita? —Laura te podrá visitar más veces si estamos en Cartagena, pero no será en la misma casa donde vivíamos. —¿Por qué? —Porque la vendimos para comprar la de Calasparra. Ahora nos haremos con una mejor, pero durante un tiempo tendremos que quedarnos en la del abuelo Pepe, donde yo vivía cuando tenía tu edad.

Página 15 de «Mi hija y la ópera»

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  1 Como el pájaro que cada mañana se posa en mi ventana y me contempla con detenimiento, siempre he querido volar, ser libre, que me admirasen en la distancia sin que nadie pudiera atraparme. Nunca lo había conseguido, hasta hace bien poco. He cumplido condena en esta casa desde que mi padre me trasladó en mi remota infancia, coreada con la ópera como triste banda sonora de mi vida. No sé si la reclusión a la que me he visto sometida durante años obedece a sus circunstancias o a las mías. Calasparra, 19 de diciembre de 2004, mi nombre es Violeta Rosique Domínguez y estas dos últimas semanas de mi vida han sido frenéticas, de la más delirante a la peor de toda mi existencia. He recibido una noticia terrible hace unos días y, por ello, he tomado el diario que me regaló mi tía Laura cuando yo era una niña y que durante años me ha acompañado en las noches de soledad; basándome en él he creado este relato. Mi madre me trajo al mundo una mañana lluviosa de 1981, semanas antes de lo previsto

Volumen 23 de «Mi hija y la ópera»

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22    Durante semanas evité presentarme en la tienda de Antonio. Él, sin embargo, no desistió en llamarme a todas horas, incluso con números de teléfono que no eran el suyo, en cuanto escuchaba su voz yo cortaba la comunicación. Suplicó mi indulgencia de todas las formas posibles, ofreciéndome solo amistad que era lo único que podía proporcionarme desde el principio. Pero en verdad, durante la madrugada del día de Navidad ocurrieron varios acontecimientos que me cos­tarían olvidar de Antonio: el primero fue no tener la valentía para poner remedio a las constantes burlas de sus primos; el segundo, la utilización irresponsable y vehemente de drogas; y el tercero, y sin duda el más importante, el de la consumación de un acto sexual que en su momento interpreté que rayaba lo inadmisible y que con el tiempo he considerado con certitud de que se trató de una violación. Era algo que jamás repetiría con él, me producía náuseas la sola idea de imaginarme su cuerpo sobre el mío. Según tra

Volumen 16 de «Mi hija y la ópera»

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15    Me cité con Antonio, coincidiendo con buena parte de su peña, durante todos los fines de semana de aquel verano. Salvo en el penúltimo de agosto, aquella fecha estaba reservada al casamiento de mi tía Laura con Alberto. Mi padre y yo volvimos a pisar suelo cartagenero, después de casi cuatro años, para asistir al enlace. Tuvieron el acierto de ubicarnos en la mesa presidencial, ya que no conocíamos a ningún otro invitado excepto a mi abuela María que por aquel entonces ya estaba hecha un vegetal. Los padres del novio se encontraban al otro lado de los recién casados, irradiaban glamour por los cuatro costados. Yo me había comprado un vestido que me iba largo, el cual me obligó a que caminase firme y cauta para evitar pisarlo con unos tacones a los que nunca estaré acostumbrada; mi padre estrenó traje para la ocasión, a menudo se levantaba el cuello de la camisa con los dedos para permitir que pasara aire por su oprimida tráquea. Los novios estaban radiantes, y los comensal