Página 89 de «Mi hija y la ópera»

 


Andrés, III

Nuestro protagonista se convirtió en un joven retraído e inseguro tras aquel fracaso sobre el escenario. Su renovada amistad con José Blázquez —y la comitiva que solía acompañarle en sus juergas nocturnas— propiciaron que adquiriese hábitos poco saludables, conducta que se incrementó cuando se independizó. Adquirió una vivienda en el séptimo piso de uno de los bloques de Urbincasa, en la calle Almirante Baldasano, cercana a la casa de su padre.

Fue en agosto de 1975, cuando escuchó el aria de «Nessun dorma» de la ópera Turandot que provenía de un balcón cercano. Sería el decaimiento producido por estar varios días de resaca o la tristeza que irradiaba aquella última tarde de agosto, o tal vez una lejana evocación de su madre o el recuerdo de su solitario padre, con el que apenas conversaba fuera del trabajo, o todo junto, que la melodía exaltó la más profunda emoción que jamás había sentido por unas notas musicales. Había anochecido cuando salió a dar un paseo con aquel canto todavía en la cabeza que le turbaba constantemente.

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