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Mostrando entradas de junio, 2015

Párrafo de la última página de la novela "Mi hija y la ópera".

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«…Sonaban los últimos compases de la melodía Intermezzo de Mascagni cuando desperté de un maravillosa experiencia onírica. En el sueño aparecía mi padre, sentado en su mecedora, en aquel mismo dormitorio, con mirada perdida murmurando para sí: «Mi hija y la ópera». Frase que repitió un par de veces entretanto asentía levemente con la cabeza. Abrió su libro para cerrarlo al cabo de unos segundos con señal de negación, de inmediato, con actitud firme se despojó de los tubos que le suministraban oxígeno y bebió un último trago de whisky mientras desplazaba la cortina para contemplar con semblante nostálgico los soleados tejados de las casas del pueblo. Divisó el resto del paisaje que ofrecía la ventana y luego dirigió su vista hacia la cama para constatar que yo le observaba con profunda quietud. Me afirmó con ojos telepáticos un gesto que interpreto como «Ahora», cerrando los párpados a la vez que su espalda  se amoldaba a la mecedora mientras unas lágrimas se precipitaban bordeando un

Final de "Mi hija y la ópera"

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«Mi nombre fue Antonio Rosique, como probablemente siga siendo en este ciclo ulterior, no dejaría de ser por ello otra coincidencia siempre regida por los hilos del destino. Como todo lo que acontece en el universo y de lo que está fuera de él.»

Extracto del último capítulo del Acto III de "Mi hija y la ópera"

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« Fue también para mí una sorpresa constatar que ella no conocía nada de la tierra que la vio nacer, apenas sabría ubicar en un mapa la ciudad de Cartagena, lugar donde llegó al mundo y vivió hasta casi los tres años, jamás había escuchado hablar de Calasparra —un tipo de arroz, atinó después de devanarse los sesos—, y digamos que el único contacto, que ella supiera, con la región de la que es originaria lo tuvo con un miembro del grupo murciano Second tras una noche desenfrenada de sexo, drogas y rock alternativo.»

Párrafo del penúltimo capítulo del tercer acto de "Mi hija y la ópera"

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«No es que yo pretendiera que Isabel enloqueciese, amén de que ella nunca se ha comportado como una petulante ególatra tal como se decía de Susana, ni yo poseo la lozanía de mi antecesor en sus años mozos. Pero no estaba dispuesta a seguir el camino que ella quisiera marcarme y estar a expensas de sus antojos. «No seas marioneta de quien no te quiera de verdad» decía mi padre, al igual que: «Una de las cosas más importantes que tenemos es la libertad de hacer aquello que deseamos y la voluntad para no depender de los caprichos de nadie». Frases que recorrían mis sinapsis neuronales con la misma persistencia con que la bruma anunciaba el alba.»

Final del capítulo 7, tercer acto de "Mi hija y la ópera".

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«Pero mis memorias más nostálgicas tenían a mi padre como protagonista, su singular personalidad, de sus largas historias que ingeniaba para infundirme sentimientos como miedo, tristeza, alegría, etcétera; y de cómo procuraba convencerme de que toda acción tiene su eco en la eternidad. Él disfrutaría contemplando el paisaje que yo diviso cada día, y admirar la infinitud del mar mezclándose con el cielo. Nunca me olvidaré de aquel precioso sueño, junto a la playa, donde aparecía mi madre a darle la bienvenida, justo en el instante en que él me dejó. Aquello debía significar algo y lo he descifrado ahora.»

Pasaje del Capítulo 6, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«El coche fúnebre franqueó la verja en dirección al Cementerio de Santa Lucía, yo arranqué mi automóvil para seguir al vehículo mortuorio conduciendo en un inusitado estado de silencio y paz. Únicamente me encontraría con mis padrinos en el camposanto. Marisa se encargaría de apagar la música del mismo compacto que ella misma había introducido para mi lectura, sonaba el melancólico Coro a bocca chiusa de Madama Butterfly —que se escuchaba en el salón, inopinadamente, como la más acertada para aquel momento—, después despediría a los asistentes y cerraría la casa, todavía tenía las llaves de mi residencia, ahora era sólo mía, al igual que otras tantas pertenencias. Me había quedado con un hogar vacío y junto a él la tumba de Yako , al lado de la higuera, como huellas de un pasado que nunca volvería.»

Párrafo del capítulo 5, acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Echó un último vistazo a la habitación con cierta entereza, constató con la mirada que había dejado un hermosísimo vestido rojo que nunca llegó a estrenar en el armario del dormitorio que se encontraba entreabierto. Era el atuendo que debía de haber lucido para la representación del Romea que finalmente no pudo disfrutar en compañía de aquella persona que se moría por segundos. Aquel elegante traje de color carmín que asomaba desde el ropero había sido durante meses un espectador inerte del deterioro de mi progenitor y testigo silencioso de otros terribles sucesos allí acaecidos. Marisa lo dejaría a conciencia creyendo que no era merecedora de dicha prenda, o tal vez como un recuerdo suyo para no ser relegada al olvido eterno.»

Extracto del tercer acto de "Mi hija y la ópera"

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«Andrés Rosique Marín agonizaba ante mí, no era una persona cualquiera de entre todas las que hayan podido existir en la historia de la humanidad, era el ser que lo sacrificó todo para que yo sea ahora quien soy. Me sobrevenían remembranzas de largos paseos por la montaña de la que nunca nos separamos en toda nuestra estancia en Calasparra y de interminables diálogos que concluían sin que me diera una sola respuesta que satisficiera mis complicadas preguntas existenciales. Y un recuerdo nostálgico de mi niñez surgía con nitidez por mi mente destacando sobre cualquier otro, era la evocación de una tarde en una loma cercana, con nuestros pies colgados desde un montículo que asomaba a un barranco, donde presenciamos el más bello de los atardeceres sobre el pueblo.»

Fragmento del Capítulo 3, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Mareada por los acontecimientos, que como las olas de un tsunami me batían inclementes, me acerqué al mismo inodoro donde había estado sentada impacientemente minutos antes y vomité todo el desayuno y buena parte de mis jugos gástricos. Bajé la tapa aturdida y empapada de gélido sudor, apoyé en ella mi cabeza. Sin haberme desmayado nunca, intuía que estaba a punto de perder el conocimiento.»

Párrafo del Capítulo 2, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Nos encaminamos en dirección al coche portando numerosas bolsas, tanto las del supermercado como las que acarreamos de la tienda de regalos, con varias sartenes y un apropiado centro de mesa que sería del gusto de Marisa. Habría cien metros desde aquel punto hasta nuestro vehículo, antes tendríamos que franquear la fachada de la iglesia donde ya nos aguardaría Paco. Mi padre se empecinó en transportar las bolsas de mayor peso, lo que nos ralentizó la marcha notablemente. Avisté a mi padrino apoyado sobre un Mercedes, un modelo actualizado similar al turismo que tuvimos durante tantos años. Según nos acercábamos pude apreciar su silueta, una enorme barriga que había crecido implacable y una calvicie que no podía ocultar con un peinado hacia delante como antes. Él me reconoció enseguida, mi mancha facial me delataba a pesar de que la última vez que nuestros ojos se cruzaron yo era una niña de diez años y ahora estaba a un mes de cumplir los veinticuatro. Lanzó el cigarrillo a la acera j

Comienzo del Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Algo más de un lustro ha transcurrido desde que concluí el manuscrito, mi vida ha evolucionado considerablemente, ya no soy la misma Violeta de entonces, ahora puedo hacer gala de ser una persona equilibrada y madura sin ningún género de complejos, quienes me conocen de antaño afirman que mi mirada infunde armonía y tranquilidad, nada que ver con mi vieja expresión tortuosa que inspiraba suspicacia y en ocasiones antipatía. Gracias a los ejercicios de meditación que practico a diario y a la lectura de libros de filoso­fía oriental he logrado un estado emocional imperturbable y proyectar una conciencia profunda a mi existencia.»

Final del Acto II de «Mi hija y la ópera»

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«Extenuada por las numerosas horas frente al ordenador en las últimas fechas doy por concluida esta singular biografía, procuraré quedar dormida en pocos minutos con el suplicio del presente combatiendo a favor del insomnio, anhelando despertar con el convencimiento de que todo lo que aquí se ha escrito ha sido una aciaga pesadilla.»

Comienzo del Capítulo 27, Acto II de «Mi hija y la ópera»

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"Como una fugitiva escurridiza merodeaba por las frenéticas calles de Manhattan procurando no coincidir con Isabel. Cansada de dar vueltas, caí en la cuenta de que el único sitio donde no podría encontrármela por carecer de boutiques sería en mi lugar preferido. Me encaminé a aquel remanso de paz y naturaleza rodeado de rascacielos por la Central Park West, anduve hasta encontrar un banco soleado, que en invierno son los más solicitados, muy próximo al Edificio Dakota, cercano al lugar donde asesinaron a John Lennon. Recientemente se había conmemorado el aniversario de su muerte, una amplia zona se hallaba llena de flores y mensajes homenajeando al músico. Me acordé entonces de Dani, mi profesor de piano y su peculiar sentido de la estética con esas gafas graduadas de sol con cristales redondos, las cuales usaba incluso en el interior de casa no para emular al compositor inglés sino para evitar ponerse las suyas habituales, unas de pasta con las patillas pegadas al resto de la mo

Extracto del capítulo 26, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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«Un hilo de luz de los rascacielos de Nueva York salvaba las cortinas de la habitación, la puerta entornada del baño también permitía que se colase una vaga luminosidad. Isabel me empujó con suavidad y me tumbé dócil sobre la colcha, comenzó a acariciarme la cara con sus dedos y me besó en los labios. Debió notar mis agitadas pulsaciones cuando fue descendiendo con besuqueos por toda mi erizada piel. Se detuvo cuando su nariz se introdujo involuntariamente en mi ombligo y su boca rondaba la zona baja de mi vientre, casi en el pubis. Fueron unos segundos mágicos de inusitada pasión. Después noté el roce de su lengua en el mismo punto donde antes, en la ducha, había situado su dedo corazón.»

Párrafo del capítulo 25, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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«Justo en aquel instante caí en la cuenta de que todas las óperas que había mencionado contaban con un denominador común: las protagonistas de aquellas obras acababan muriendo. Algunas veces por una enfermedad originada por el desamor como en La Bohème y La Traviata ; en otras acababan suicidándose, como en Tosca y Madama Butterfly ; y en el resto, asesinadas por enamorarse de la persona equivocada como en Carmen , Rigoletto y Aida , la obra que por fin iba a disfrutar en directo.»

Pasaje del Capítulo 24, Acto II de «Mi hija y la ópera»

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"Desoladas nos fuimos en su búsqueda ocultando la preocupación, él permanecía sentado en la butaca de uno de los muchos bancos que se extendían a cada lado del pasillo, observando con curiosidad alienígena a una máquina expendedora de café. Aquel hombre que exhibía ahora una inconmensurable paciencia, tanto que parecía que «esperaba su hora», era mi padre. El mismo que había podido caminar durante horas por el monte y que era capaz de enfrentarse en solitario a varios delincuentes."

Párrafo del Capítulo 23, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«Estaba empatada con aquel conocido crítico que contaba con el aplauso de un público cada vez más contrariado. Para la reputación del concurso el ganador debía de ser él, un hombre que por su trabajo y estilo de vida habría visitado numerosas veces la ciudad de Nueva York y otras grandes urbes del planeta. Yo, sin embargo, jamás había traspasado la frontera de España. Con aquel pensamiento atraje a la suerte que, por primera vez en mi vida, estuvo de mi parte.»