Párrafo del capítulo 5, acto III de "Mi hija y la ópera"

«Echó un último vistazo a la habitación con cierta entereza, constató con la mirada que había dejado un hermosísimo vestido rojo que nunca llegó a estrenar en el armario del dormitorio que se encontraba entreabierto. Era el atuendo que debía de haber lucido para la representación del Romea que finalmente no pudo disfrutar en compañía de aquella persona que se moría por segundos. Aquel elegante traje de color carmín que asomaba desde el ropero había sido durante meses un espectador inerte del deterioro de mi progenitor y testigo silencioso de otros terribles sucesos allí acaecidos. Marisa lo dejaría a conciencia creyendo que no era merecedora de dicha prenda, o tal vez como un recuerdo suyo para no ser relegada al olvido eterno.»

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén