Pasaje del Capítulo 6, Acto III de "Mi hija y la ópera"
«El coche fúnebre franqueó la verja en dirección al
Cementerio de Santa Lucía, yo arranqué mi automóvil para seguir al vehículo
mortuorio conduciendo en un inusitado estado de silencio y paz. Únicamente me
encontraría con mis padrinos en el camposanto. Marisa se encargaría de apagar
la música del mismo compacto que ella misma había introducido para mi lectura,
sonaba el melancólico Coro a bocca chiusa
de Madama Butterfly —que se
escuchaba en el salón, inopinadamente, como la más acertada para aquel momento—,
después despediría a los asistentes y cerraría la casa, todavía tenía las
llaves de mi residencia, ahora era sólo mía, al igual que otras tantas
pertenencias. Me había quedado con un hogar vacío y junto a él la tumba de Yako, al lado de la higuera, como huellas
de un pasado que nunca volvería.»
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