Comienzo del Capítulo 27, Acto II de «Mi hija y la ópera»

"Como una fugitiva escurridiza merodeaba por las frenéticas calles de Manhattan procurando no coincidir con Isabel. Cansada de dar vueltas, caí en la cuenta de que el único sitio donde no podría encontrármela por carecer de boutiques sería en mi lugar preferido. Me encaminé a aquel remanso de paz y naturaleza rodeado de rascacielos por la Central Park West, anduve hasta encontrar un banco soleado, que en invierno son los más solicitados, muy próximo al Edificio Dakota, cercano al lugar donde asesinaron a John Lennon. Recientemente se había conmemorado el aniversario de su muerte, una amplia zona se hallaba llena de flores y mensajes homenajeando al músico. Me acordé entonces de Dani, mi profesor de piano y su peculiar sentido de la estética con esas gafas graduadas de sol con cristales redondos, las cuales usaba incluso en el interior de casa no para emular al compositor inglés sino para evitar ponerse las suyas habituales, unas de pasta con las patillas pegadas al resto de la montura por medio de cinta aislante negra. Evoqué unas palabras que siendo niña le escribí y dejé sobre el piano para que las leyera y de las cuales me arrepentí en cuanto supe aquella misma tarde los sentimientos que él declaraba hacia mi tía Laura: «En este mundo hay reyes y súbditos, ricos y pobres, guapos y feos. Todos menos éstos últimos pueden alternar su estado en la vida. Si eres capaz de apreciar la belleza del alma, más allá de la meramente superficial, tal vez puedas encontrarme hermosa». Documento que guardó entre sus partituras y que nunca mencionó."

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén