Página 33 de «Mi hija y la ópera»


 

Andrés, I


Podría empezar dándome a conocer, pero eso importa poco ahora. La historia que viene a continuación bien valdría como introducción del manuscrito La hija del leñador, escrito por Violeta Rosique, y que yo voy a intercalar dentro del mismo. Estas palabras no tienen otro objetivo que el de aclarar parte del pasado de su padre. Tal vez con ello pueda comprenderse alguno de sus actos.

La familia de Andrés se instaló en Cartagena a finales de los años cincuenta del pasado siglo xx. Eran agricultores de una pedanía del municipio murciano de Torre Pacheco. Pepe Rosique había convencido a su mujer para abandonar su pequeña localidad, no solo en búsqueda de prosperidad, sino como remedio para superar el fallecimiento de su hijo Antonio, nacido dos años antes que Andrés, al que una gripe se lo llevó a la edad de cuatro. La salud del mayor de sus retoños nunca fue buena, quizás tuvo marcado en su destino una defunción prematura; es posible que las cosas sucediesen porque así tuvieron que ocurrir. Dolores Marín Vivancos, su madre, enmudeció desde entonces, desatendiéndose para siempre.

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