Extracto del quinto capítulo, cuarto acto de "Mi hija y la ópera"
«La casa de mi abuelo Pepe se encontraba tal como se
la dejó hacía ya un lustro, en todo ese tiempo mi padre había entrado sólo en
un par de ocasiones. La vivienda mostraba lobreguez hasta que levantamos las
persianas, descorrimos las cortinas y abrimos las ventanas, procurando eliminar
aquel olor a vacío y olvido. Los tabiques estaban descascarillados por la
humedad, una lámina de polvo cubría los muebles, un marco del Real Madrid que
rezaba «Un equipo para la historia» colgaba de la pared más amplia del salón,
en la imagen, un gran número de jugadores de los años cincuenta que posaban con
unos cuantos trofeos sobre el césped del estadio de fútbol. Las otras paredes
exhibían fotografías en blanco y negro, una, con mi padre en pantalón corto y
tirantes devorando un muslo de pollo frente al objetivo de la cámara; en otra
instantánea, mi abuela con un vestido negro de época; y en otra imagen, un niño
pequeño, intuyo que de cuatro años de edad, con un trajecito y con los ojos
cerrados, debía ser mi tío Antonio. De soslayo observé a mi padre, mirándolas
con detenimiento y la emoción contenida.»
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