Párrafo del Capítulo 8, Acto II de "Mi hija y la ópera"
Ya en la provincia de Albacete comenzó a llover, yo
no podía conciliar el sueño a pesar del cansancio y del traqueteo del
automóvil. Mi mente insomne cavilaba analizando mis complejos, en los
comentarios insultantes y en las expresiones prejuiciosas de todas las personas
que trataban conmigo, como si diesen por sentado que tras mi fachada se escondía
un ser con cierto retraso mental, como si yo hubiera elegido los genes que
componen mi rostro y que, por ello, fuera culpable de haber nacido así. Lloré
en silencio, no quería que mi padre se distrajera de la conducción por el
caprichoso anhelo de no ver cumplido el lejano deseo de mi niñez de ser normal.
El ruido de los coches que se cruzaban a toda velocidad por aquella carretera
mojada y la melodía de Inneggiamo de Cavalleria Rusticana (que mi padre, por
ventura, elevó de volumen) atenuaron el sonido de mis amargos suspiros.
Lágrimas de lluvia caían desde el cristal del coche compartiendo mi pena.
¿Podría pasar alguna vez desapercibida?, ¿por qué se me otorgaba una personalidad
determinada por tener un aspecto concreto? Aún hoy sigo sin encontrar respuesta
a todas aquellas reflexiones.
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