Pasaje del Acto II de Mi hija y la ópera

«Me abracé con mi padre como en los viejos tiempos, recordando las noches de tormenta cuando me acostaba en la misma cama que él, incluso siendo púber. De inmediato sentí mis palpitaciones y me aparté súbitamente con el deseo de que no se percatara del acelerado pulso de los latidos de mi corazón. El sonido de una música discotequera indicaba la presencia de un vehículo que descendía, vertiginoso, la carretera del santuario. Se escuchaban gritos, eran las voces eufóricas de Juan el Chapicas, Manuel el Nazi y el Negro entre otros, en búsqueda de diversión, jaleo y bronca. Estoy convencida de que se trataba de ellos.»

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén