Párrafo del capítulo 14, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

«No se demoraron mucho y al poco reanudaron su marcha, ni mi padre ni Juan me saludaron. Entonces, seguramente por estar algo achispada, me dejé llevar por la introspección y abandoné mentalmente la mesa. Reparé en las notables diferencias entre mi progenitor y su acompañante, y sin embargo amigos. Al uno le llamaban el Leñador, barbiespeso de vello níveo que parecía manado de un cuento, robusto, de tez morena y luciendo aquellas camisas de cuadros declarando visiblemente no estar a la última moda; el otro, el hijo del Chapas, un enclenque casi imberbe con perilla de varios días, exhibiendo camiseta de tirantes, colgantes y tatuajes cuyos pigmentos contrastaban con su piel blancuzca y velluda en lugares donde casi ningún varón tiene pelo, como en los hombros. Ambos, carcajeaban con vehemencia, haciéndose muestras de cariño masculino simulando, con sus bromas alegres, puñetazos en el pecho y abrazos colmados de frenesí. Percibí que el resto del bar también reía de irreprimible júbilo cuando aquel recuerdo de mi padre y su amigo se esfumaba de mi memoria a la par que regresaba de mi ensimismamiento. Para alinearme al estado de ánimo del lugar, arranqué con una risotada que no estuvo bien vista por ninguno de los comensales que me acompañaban: Fran estaba relatando la muerte por ahogamiento de su progenitor en una de las playas de Santa Pola.»

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén