Fragmento del Capítulo 6, Acto II de "Mi hija y la ópera"

«Ambos bebieron vino, yo diría que demasiado, Teresa y mi padre salieron al jardín sin retirar la vajilla de la mesa con el pretexto de fumar un cigarrillo y tomar una copa disfrutando de la calidez de la noche colmada de estrellas y el suave canto de los grillos. Cuando conversaban a solas me pareció escuchar en ella lo mucho que sentía lo acontecido aquel fatídico día de septiembre de 1981, también hablaron de un tal Manuel, amigo común por lo que deduje, que poseía una prole de cierta consideración. Desde la ventana de la cocina, simulando recoger los enredos, presté toda mi atención a sus gestos cuando callaron, la mano de mi padre fue a parar suavemente sobre el hombro de Teresa, ella torció su cabeza para rozar con la mejilla sus dedos, se penetraban con la mirada, mi padre deslizó los dedos de su otra mano a la parte del rostro que ella había dejado al descubierto, aquella mujer se contoneaba con expresión pícara al son de las caricias que recibía, sus caras comenzaron a acercarse y, ¡de repente!, se cayó un plato que no tuve la pericia de situar sobre el fregador.»

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén