Capítulo 24, Acto II, «Mi hija y la ópera»
Fragmento del Capítulo 24, Acto II de Mi hija y la ópera:
«Cuando quedaba una semana para partir hacia
Estados Unidos ya dábamos por sentado de que iría con Pedro que ya había
aceptado la invitación. Mejor que viajar sola —pensaba—, en definitiva, el
amigo de mi padre era un hombre de mundo que sabría desenvolverse con el
inglés, con los protocolos de las terminales de los aeropuertos y con las
costumbres urbanitas de los neoyorquinos. Lo de compartir la habitación lo
sobrellevaba con pasmosa indiferencia, pero mentiría si no evoqué en aquellos
días el recuerdo de aquel maduro intelectual metiéndose en mi cama con la
evasiva de abrigarse junto a mí como en las libidinosas ensoñaciones de mi
adolescencia.
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No obstante, Marisa desde casa y con la
única herramienta que la del teléfono orquestó una solución que satisfaría el mayor
de mis anhelos. Sin ella proponérselo, aquellas llamadas que realizó durante
aquella mañana cambiarían el curso de mi vida, y puede que de la suya.»
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