Capítulo 22, Acto II, «Mi hija y la ópera»
Párrafo del Capítulo 22, Acto II, de Mi hija y la ópera:
«El aire húmedo de la ciudad de Cartagena nos
hostigó de camino al Ford, mi padre, como siempre, caminaba deprisa y un par de
pasos por delante nuestra. Marisa y yo nos resguardábamos de las frías ráfagas
de viento asidas la una de la otra. Me pidió que me sentara en el asiento del
copiloto, ella prefería estar detrás: «Al fin y al cabo tú eres la que usas
habitualmente el coche». Percibí aquella frase en un tono que transmitía puro
resentimiento. De camino a casa de mi tía, oí a Marisa sonarse la mucosidad con
un pañuelo, bien podría ser de un estado transitorio por la humedad de aquella
desapacible noche, o por la temporada de resfriados que todas las personas que
fumamos solemos iniciar con el otoño. No osé a echar la vista atrás y averiguar
cuál podría ser la causa de aquellos sorbidos nasales por miedo a encontrármela
entre lágrimas y no saber cómo consolarla, máxime, cuando el principal
candidato de haber inducido aquel llanto era el que conducía el automóvil y que
a veces se comportaba como un cretino.»
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