Capítulo 6, Acto II «Mi hija y la ópera»
Fragmento del Capítulo 6, Acto II, de Mi hija y la ópera.
«Descendieron a los veinte minutos, yo continuaba tocando, podría estar
horas sin repetir una sola melodía, aparté le vista de las teclas y advertí el
desairado aspecto de ambos bajando la escalera, Teresa estaba despeinada y a
sus impecables atuendos se les había esfumado el garbo anterior convirtiéndose
ahora en ropa arrugada. Disimulando, con el comentario sobre las fantásticas
vistas al pueblo que podían divisarse desde los dormitorios, efectuaba un
repetido gesto pretendiendo alisar con la palma de la mano la camisa para
después insertarla entre su falda y abdomen. Me recordó a los días de colegio
en los que la pereza me vencía y me vestía a toda prisa.
Se
despidieron detrás de la verja, ya en el carril, con otro abrazo. Prometieron
verse en poco tiempo, no se besaron probablemente porque yo estaba allí —como
diría mi padre: «sopando»—, el automóvil estaba arrancado, era muy tarde y le
quedaba un largo camino a Teresa.»
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