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Capítulo 15, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Final del Capítulo 15, Acto II, de Mi hija y la ópera: «Días antes enterramos el cuerpo de Yako , unas pocas horas después de que lo mataran. Mi padre cavó una pequeña fosa junto a la higuera, era su árbol preferido para cobijarse del sol cuando buscaba descanso en las interminables tardes de verano.    —Papá, ¿crees que vendrán? —pregunté sin haberme recuperado todavía de las pesadillas que padecí aquella mañana.    —No, no creo hija, no te preocupes.    —¿Por qué crees que hay gente que roba y se dedica a hacer el mal?    —Algunos, Violeta, no viven en paz. Así como en las guerras no hay buenos ni malos, a ese tipo lo han educado codiciando lo ajeno porque, de algún modo, piensa que nosotros, somos los malos de su película. Que voluntariamente los hemos dejado apartados de la sociedad, marginados, etcétera. En su ignorancia, creen que somos el enemigo y que ellos se creen con el derecho de buscar la compensación de lo que a cada uno le pertenece; infringiendo unas reglas

Capitulo 14, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Pasaje del Capítulo 14, Acto II de Mi hija y la ópera: « Me apeé del viejo coche que conducía mi padre junto, a la Iglesia de la Merced, frente al bar, era las nueve y cinco de la noche. Se despidió sin siquiera echar un vistazo al entorno para indagar quiénes serían los chicos que deberían estar esperándome, se marchó en dirección opuesta a nuestro domicilio, especulé que tal vez no le apetecería maniobrar debido al gentío que recorría la calle. Total, nadie le esperaba en nuestro hogar. Yo agradecí el gesto, no quería que me soltase dos besos o cualquiera de sus frases sentenciosas que no dejan en buen lugar mi madurez. Yo me apoderé del teléfono móvil, con la advertencia de que, a la mínima incidencia, llamase a casa. Me acerqué hacia el Crillas que estaba a unos pocos metros. El lugar estaba atestado de peatones que se dirigían en todas direcciones, varios carricoches con sus respectivos progenitores se cruzaron frente a mí con sincronía diestra. Sentí el nerviosismo palpitar cu

Capítulo 13, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Final del Capítulo 13, Acto, II de Mi hija y la ópera : «El sigilo se apoderó de aquel trío. Inquieta por la precisión de la historia y de cómo mi padre pormenorizó los detalles de aquel crimen, subí el único peldaño que había descendido de la escalera y me dirigí cautelosa al dormitorio. Una vez allí, pulsé el interruptor de la luz con fuerza, realicé un sonoro bostezo y acudí al baño a beber agua: pretendía que notaran mi presencia e impedir con ello que intercambiasen juicios de valor al respecto. Me acosté con el estómago anegado de líquido y no conseguí conciliar el sueño, aprecié en los susurros de Juan y Pedro una evidente conmoción, conforme transcurrieron los minutos, el asunto fue reemplazado por temas menos desagradables. Doy fe, apenas pude dormir hasta la alborada.    En los tres días posteriores mi padre articuló menos palabras que en aquella hora donde relató, con pelos y señales, lo acaecido aquella infausta semana de septiembre. Me sentí dolida por no haberme c

Capítulo 12, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Párrafo del Capítulo 12, Acto II de Mi hija y la ópera : «En una comunidad de internautas aficionados a la ópera conocí a Berta Ferreyra, una argentina de treinta y nueve años, oriunda de su capital. Se identificaba  con el gentilicio de porteña que prefería al de bonaerense. De alto nivel intelectual y económico, aquella mujer recientemente divorciada siempre acababa sus conversaciones conmigo con la promesa de que, pronto, me visitaría en un perentorio viaje a España. En otro foro, donde los que participábamos éramos apasionados del piano, conocí a otra de mis grandes amistades: Águeda Salamó, de veintinueve años y natural de Barcelona, amaba a partes iguales el instrumento que nos vinculaba como todo lo relacionado con Oriente. Acabó convirtiéndose en una virtual hermana mayor a la que yo, en ocasiones, reclamaba consejos. El cariño que experimentaba por ambas fue transformándose a un triángulo fraternal e inquebrantable que posiblemente perdure siempre.» Si quieres hacerte

Capítulo 11, Acto II de «Mi hija y la ópera»

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Fragmento del Capítulo 11, Acto II de Mi hija y la ópera: «Viernes, 6 de marzo de 1987    Mi amor, hoy cumplimos diez años de casados, hace tiempo que empecé a aceptar la idea de que no vas a volver, que tu cuerpo, junto al de Susana, desapareció en aquella columna de humo aquel fatídico día. Ésta es mi sexta carta y no te hablaré de cuánto lamento que te mandara sola con nuestra hija mayor a Cartagena.    Violeta empezó el colegio, tiene una profesora que le cuida, yo estoy tranquilo, dice que tiene aptitudes para el aprendizaje, y eso que no la ha visto tocar el piano, pero le falta liderazgo, supongo que los compañeros de clase le recordarán su aspecto a cada momento. Este invierno ha estado enferma, ha faltado muchos días a clase, la he cuidado con todo mi cariño, ya es toda una experta en música clásica y en óperas, le gusta La Traviata , que era la que te gustaba a ti, y La Flauta Mágica que es la que más veces escucha.    Mi padre murió el año pasado, ¿le has visto?,

Capítulo 10, Acto II de «Mi hija y la ópera»

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Párrafo del Capítulo 10, Acto II, de Mi hija y la ópera : «Mi padre, con parsimonia, cerró la verja para que Yako no pudiera escapar de la finca. Intuyendo lo que debía de estar sucediéndole a Alberto, se dirigió a la cocina para echarse otra copa. La curiosidad y, por qué no, la preocupación por los gritos de mi tía me impulsaron hacia el aseo, craso error, me recibió un repugnante hedor a vómito que impedía que franquease la puerta, la fetidez se combinaba, torturante, con una pestilencia que habría sido excretada con fragor, minutos antes desde otro orificio de la anatomía humana en aquel inodoro salpicado ahora con restos de comida. Ella sostenía a Alberto de las axilas que, pálido y de rodillas, realizaba ímprobos esfuerzos en levantarse, con su dignidad en el mismo suelo del que él quería despegarse. Como si yo hubiera sido la culpable de la borrachera de su pretendiente, mi tía Laura me arrojó una mirada ponzoñosa y empujó la puerta con la suela de su zapato, cerrándola de un

Capítulo 9, Acto II «Mi hija y la ópera»

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Párrafo del Capítulo 9, Acto II, de Mi hija y la ópera: «Supe con el tiempo que, en el pueblo, a los amigos de mi padre los denominaban como «Pedro el listo », y, a Juan, como «El Chapicas » o «El hijo del Chapas ». Pedro formaba parte de una distinguida familia con alto nivel adquisitivo. En la localidad co­rría una leyenda en torno a una tía suya que, por los años cincuenta, en un ataque de locura por celos, seccionó con un cuchillo el cuello de su hijo de menos de un año (que debía de ser primo de Pedro), cuya cabeza decapitada dejó macabramente sobre la cama para que su marido contemplase aquella aterradora imagen. Ella acabó arrojándose a las vías al paso de un tren. Juan, en cambio, pro­venía de un origen humilde, se podría decir que marginal, vivía con sus padres y otros familiares en una cochambrosa vivienda en la periferia del pueblo, en el más absoluto olvido. Por fortuna, una vez finalizado el Mundial, sus escarceos nocturnos fueron descendiendo. Y me alegro ya que, en oca