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Final del capítulo 7, tercer acto de "Mi hija y la ópera".

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«Pero mis memorias más nostálgicas tenían a mi padre como protagonista, su singular personalidad, de sus largas historias que ingeniaba para infundirme sentimientos como miedo, tristeza, alegría, etcétera; y de cómo procuraba convencerme de que toda acción tiene su eco en la eternidad. Él disfrutaría contemplando el paisaje que yo diviso cada día, y admirar la infinitud del mar mezclándose con el cielo. Nunca me olvidaré de aquel precioso sueño, junto a la playa, donde aparecía mi madre a darle la bienvenida, justo en el instante en que él me dejó. Aquello debía significar algo y lo he descifrado ahora.»

Pasaje del Capítulo 6, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«El coche fúnebre franqueó la verja en dirección al Cementerio de Santa Lucía, yo arranqué mi automóvil para seguir al vehículo mortuorio conduciendo en un inusitado estado de silencio y paz. Únicamente me encontraría con mis padrinos en el camposanto. Marisa se encargaría de apagar la música del mismo compacto que ella misma había introducido para mi lectura, sonaba el melancólico Coro a bocca chiusa de Madama Butterfly —que se escuchaba en el salón, inopinadamente, como la más acertada para aquel momento—, después despediría a los asistentes y cerraría la casa, todavía tenía las llaves de mi residencia, ahora era sólo mía, al igual que otras tantas pertenencias. Me había quedado con un hogar vacío y junto a él la tumba de Yako , al lado de la higuera, como huellas de un pasado que nunca volvería.»

Párrafo del capítulo 5, acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Echó un último vistazo a la habitación con cierta entereza, constató con la mirada que había dejado un hermosísimo vestido rojo que nunca llegó a estrenar en el armario del dormitorio que se encontraba entreabierto. Era el atuendo que debía de haber lucido para la representación del Romea que finalmente no pudo disfrutar en compañía de aquella persona que se moría por segundos. Aquel elegante traje de color carmín que asomaba desde el ropero había sido durante meses un espectador inerte del deterioro de mi progenitor y testigo silencioso de otros terribles sucesos allí acaecidos. Marisa lo dejaría a conciencia creyendo que no era merecedora de dicha prenda, o tal vez como un recuerdo suyo para no ser relegada al olvido eterno.»

Extracto del tercer acto de "Mi hija y la ópera"

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«Andrés Rosique Marín agonizaba ante mí, no era una persona cualquiera de entre todas las que hayan podido existir en la historia de la humanidad, era el ser que lo sacrificó todo para que yo sea ahora quien soy. Me sobrevenían remembranzas de largos paseos por la montaña de la que nunca nos separamos en toda nuestra estancia en Calasparra y de interminables diálogos que concluían sin que me diera una sola respuesta que satisficiera mis complicadas preguntas existenciales. Y un recuerdo nostálgico de mi niñez surgía con nitidez por mi mente destacando sobre cualquier otro, era la evocación de una tarde en una loma cercana, con nuestros pies colgados desde un montículo que asomaba a un barranco, donde presenciamos el más bello de los atardeceres sobre el pueblo.»

Fragmento del Capítulo 3, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Mareada por los acontecimientos, que como las olas de un tsunami me batían inclementes, me acerqué al mismo inodoro donde había estado sentada impacientemente minutos antes y vomité todo el desayuno y buena parte de mis jugos gástricos. Bajé la tapa aturdida y empapada de gélido sudor, apoyé en ella mi cabeza. Sin haberme desmayado nunca, intuía que estaba a punto de perder el conocimiento.»

Párrafo del Capítulo 2, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Nos encaminamos en dirección al coche portando numerosas bolsas, tanto las del supermercado como las que acarreamos de la tienda de regalos, con varias sartenes y un apropiado centro de mesa que sería del gusto de Marisa. Habría cien metros desde aquel punto hasta nuestro vehículo, antes tendríamos que franquear la fachada de la iglesia donde ya nos aguardaría Paco. Mi padre se empecinó en transportar las bolsas de mayor peso, lo que nos ralentizó la marcha notablemente. Avisté a mi padrino apoyado sobre un Mercedes, un modelo actualizado similar al turismo que tuvimos durante tantos años. Según nos acercábamos pude apreciar su silueta, una enorme barriga que había crecido implacable y una calvicie que no podía ocultar con un peinado hacia delante como antes. Él me reconoció enseguida, mi mancha facial me delataba a pesar de que la última vez que nuestros ojos se cruzaron yo era una niña de diez años y ahora estaba a un mes de cumplir los veinticuatro. Lanzó el cigarrillo a la acera j

Comienzo del Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«Algo más de un lustro ha transcurrido desde que concluí el manuscrito, mi vida ha evolucionado considerablemente, ya no soy la misma Violeta de entonces, ahora puedo hacer gala de ser una persona equilibrada y madura sin ningún género de complejos, quienes me conocen de antaño afirman que mi mirada infunde armonía y tranquilidad, nada que ver con mi vieja expresión tortuosa que inspiraba suspicacia y en ocasiones antipatía. Gracias a los ejercicios de meditación que practico a diario y a la lectura de libros de filoso­fía oriental he logrado un estado emocional imperturbable y proyectar una conciencia profunda a mi existencia.»