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Fragmento del capítulo 18, segundo acto de "Mi hija y la ópera".

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«Únicamente necesitábamos alcanzar nuestro vehículo antes que ellos, mi amigo no tendría problema alguno, era corredor en los encierros, el reto se centraba en que yo llegase a tiempo. Al poco, retrocedí la vista y en la oscuridad sólo aprecié un leve jadeo, el ruido a mis espaldas de una lata de refresco producido por un involuntario puntapié delataba su proximidad. Me detuve para hacer frente a mis perseguidores, no como acto de valentía sino por ahogamiento y fatiga, el deporte nunca ha sido mi especialidad y ya había pulverizado los músculos caminando por la mañana. Se acercaba solamente Juan, sorprendentemente venía andando, y aunque mi cabeza no estaba para estúpidas distracciones me acordé de las películas de zombis en las que los muertos, marchando lentamente y con torpeza, atrapaban a los vivos que corrían despavoridos. Su mirada mantenía una expresión serena, cosa que no me invitaba a la tranquilidad. Por fortuna, el resto del grupo perma­necía a metros de distancia, ajenos a

Final del capítulo 17, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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«Desvelada, pude oírles minutos después cuando mutuamente se silenciaban retozones y risueños con la tonta creencia de que pasarían inadvertidos mientras subían las escaleras en dirección a su dormitorio. No fueron ellos nada cuidadosos más tarde en las manifestaciones que, en la intimidad de su cuarto, dejaron escapar. Con la curiosidad que me caracteriza, aguanté el aliento para poder escuchar con total claridad los gemidos de Marisa intercalados con algún «te quiero» al otro lado de la pared. Aquella pareja que rozaba el medio siglo me hizo sentir esa noche terriblemente desdichada y patética.»

Párrafo del Capítulo 16, Acto II de "Mi hija y la ópera".

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«A las dos de la tarde escuché la aproximación de un vehículo, supuse que mi progenitor habría bajado al pueblo en la bicicleta cuyo uso compartíamos, ya que yo me había adueñado del automóvil en los últimos días. Pero no, él iba de copiloto en el Renault Megane que conducía Marisa. Algo sorprendido por mi adelantada vuelta a casa, no le dolieron prendas en informarme que él y su acompañante habían decidido vivir juntos los fines de semana y que lo estaban haciendo desde el día siguiente a mi partida hacia Cartagena.»

Pasaje del Capítulo 15, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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"Con el agotamiento derivado de una noche sin descanso llegué a mi domicilio cierta mañana, creo recordar que la penúltima de las fiestas de septiembre. Me desconcertó encontrarme con la verja abierta en vez de entornada. Preocupada por una posible escapada de Yako, introduje mi automóvil en la finca con toda la prudencia que me permitía mi estado de alarma que procuraba avistar a mi perro que no me recibía como de costumbre. Pisé un reguero de sangre que se dirigía hacia la puerta de la entrada de la vivienda que, para mayor angustia, se hallaba abierta. La franqueé corriendo mientras gritaba «papá» y mentaba a los santos. No le encontré en la primera estancia de nuestro hogar, nadie respondía a mi llamamiento, las cortinas ondeaban en el salón con arrebato rompiendo levemente el silencio con el zarandeo de la tela en la pared. Deseando que mi progenitor estuviera dormido ascendí deprisa la escalera y accedí a su dormitorio, estaba vacío. Escuché una voz que repetía en susurro:

Párrafo del capítulo 14, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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«No se demoraron mucho y al poco reanudaron su marcha, ni mi padre ni Juan me saludaron. Entonces, seguramente por estar algo achispada, me dejé llevar por la introspección y abandoné mentalmente la mesa. Reparé en las notables diferencias entre mi progenitor y su acompañante, y sin embargo amigos. Al uno le llamaban el Leñador , barbiespeso de vello níveo que parecía manado de un cuento, robusto, de tez morena y luciendo aquellas camisas de cuadros declarando visiblemente no estar a la última moda; el otro, el hijo del Chapas , un enclenque casi imberbe con perilla de varios días, exhibiendo camiseta de tirantes, colgantes y tatuajes cuyos pigmentos contrastaban con su piel blancuzca y velluda en lugares donde casi ningún varón tiene pelo, como en los hombros. Ambos, carcajeaban con vehemencia, haciéndose muestras de cariño masculino simulando, con sus bromas alegres, puñetazos en el pecho y abrazos colmados de frenesí. Percibí que el resto del bar también reía de irreprimible júbilo

Extracto del capítulo 13, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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« El sigilo se apoderó de aquel trío. Inquieta por la precisión de la historia y de cómo mi padre pormenorizó los detalles de aquel crimen, subí el único peldaño que había descendido de la escalera y me dirigí cautelosa al dormitorio, una vez allí, pulsé el interruptor de la luz con fuerza, realicé un sonoro bostezo y acudí al baño a beber agua: pretendía que notaran mi presencia e impedir con ello que intercambiasen juicios de valor al respecto. Me acosté con el estómago anegado de líquido y no conseguí conciliar el sueño, aprecié en los susurros de Juan y Pedro una evidente conmoción, conforme transcurrieron los minutos, el asunto fue reemplazado por temas menos desagradables. Doy fe, apenas pude dormir hasta la alborada.»

Fragmento del Capítulo 12, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«Aquella experiencia contribuyó a subsanar mi autoconfianza perdida con los años, con el tiempo conseguir llevar una vida algo más independiente. Conocí por aquel entonces a Maruja, la dueña de la tienda de ultramarinos que comencé a visitar cuando el señor Domingo se jubiló, aquella mujer hacía honor a su nombre, una chismosa que disparaba preguntas del tipo: «¿Tú de quién eres?» o «¿Cuánto tiempo llevas aquí?» en las primeras ocasiones, después me interrogaba pretendiendo sonsacar información, por ejemplo, sobre las personas que conocía del pueblo y todo tipo de impertinencias similares. No obstante, era una señora simpática, lo cual era lógico, dado que mi padre y yo adquiríamos casi de todo en su comercio. Mostraba un aspecto excesivamente descuidado, seguramente duplicaba en kilos su peso ideal. A menudo despachaba en bata, zapatillas y rulos sobre un cabello pobre y plateado, desaliño fomentado por residir en la misma trastienda del local. Usaba gafas con cristales de culo de vas