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Párrafo del Capítulo 11, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«Mi padre se marchó besándome antes en la frente, escuchaba el alboroto que mi tía y a Alberto producían al recoger sus bártulos, preparaban su marcha a Cartagena. Abrí cada una de las dos ventanas que tenía la habitación, la que apuntaba al Sur, y la que se hallaba situada en el Este, observé cómo la corriente de aire ondeaba las cortinas, aunque todavía no me había despojado del pijama, la brisa fresca no impidió que me asomara a curiosear la panorámica que me brindaban las nuevas vistas. Giré la mirada hacia la casa de nuestros únicos vecinos y, nuevamente, algo me llamó la atención de lo que ocurría en dicha vivienda. A cien metros no pueden apreciarse con exactitud los rostros, pero con el resplandor del sol en la cara y el viento que apartó su cortina, logré avistar una cabeza monstruosa, gigante, que a lo lejos advirtió mi presencia retrocediendo para diluir en la penumbra sus horripilantes facciones. Tras unos segundos titubeando, pensé que era una ilusión óptica de la luz sola

Pasaje del décimo capítulo, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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«Avisté desde la ventana la llegada de un espectacular vehículo deportivo junto a la verja de nuestra parcela. Eran las doce del mediodía de un frío y soleado 14 de diciembre cuando volví a abrazarme con mi tía. Le acompañaba Alberto, que tardó un rato en abandonar el interior de aquel precioso Porsche azul oscuro. Ha­bían dejado a mi abuela bajo los cuidados de una hermana suya en Las Torres de Cotillas, a mitad de camino entre Cartagena y Calasparra. Mi tía parecía otra, se había alisado el pelo y lucía elegantes prendas de diseñadores de prestigio. Mantenía la misma figura delgada, aunque se me antojaba que el noviazgo le había realzado su silueta, embelleciéndola más si cabe. De soslayo ojeó a mi padre cuando nos presentó a su novio pudiéndose entrever un revoltijo de serenidad y melancolía en su expresión. Alberto pertenecía a una familia acomodada, trabajaba como Jefe de Planta en General Electric, una fábrica situada en Cartagena. De casi dos metros de altura, bastante delgado,

Extracto del Capitulo 9, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«El fiasco que supuso la derrota de España contra Italia en cuartos no impidió que se celebrase en casa otras de las fiestas de mi progenitor y sus secuaces. Aquella noche me fui a la cama más por el aburrimiento que por la insistencia de mi padre a eso de las dos de la madrugada. No podía conciliar el sueño, imaginé, en estado de semiinconsciencia, que Guardiola, Salinas, Goikoetxea y el resto de los jugadores de la selección irrumpían violentamente en mi dormitorio con deseo; Pedro, lascivo, aprovechaba un descuido de mi padre y subía también, uniéndose a aquel grupo de sementales que me forzaban sin que yo ejerciese demasiada resistencia. Los dedos: índice y corazón de mi mano derecha fueron abriéndose paso entre mi ropa interior y la línea recóndita de mi más profunda intimidad.»

Párrafo del Capítulo 8, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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Ya en la provincia de Albacete comenzó a llover, yo no podía conciliar el sueño a pesar del cansancio y del traqueteo del automóvil. Mi mente insomne cavilaba analizando mis complejos, en los comentarios insultantes y en las expresiones prejuiciosas de todas las personas que trataban conmigo, como si diesen por sentado que tras mi fachada se escondía un ser con cierto retraso mental, como si yo hubiera elegido los genes que componen mi rostro y que, por ello, fuera culpable de haber nacido así. Lloré en silencio, no quería que mi padre se distrajera de la conducción por el caprichoso anhelo de no ver cumplido el lejano deseo de mi niñez de ser normal. El ruido de los coches que se cruzaban a toda velocidad por aquella carretera mojada y la melodía de Inneggiamo de Cavalleria Rusticana (que mi padre, por ventura, elevó de volumen) atenuaron el sonido de mis amargos suspiros. Lágrimas de lluvia caían desde el cristal del coche compartiendo mi pena. ¿Podría pasar alguna vez desapercibid

Extracto del capítulo siete, segundo acto de "Mi hija y la ópera"

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«Ya había anochecido cuando íbamos de vuelta a casa por la avenida Juan Ramón Jiménez, las farolas iluminaban intermitentemente a Yako , ambos estábamos en el asiento trasero, en silencio me miraba con ojos cansados y creo que agradecidos. Lastimado y con medio cuerpo vendado apenas se movía dentro de la caja de cartón de un vídeo Panasonic adquirido años atrás para poder ver óperas en formato VHS. Pensé que la afición de mi padre de almacenar hasta los embalajes de un electrodoméstico se justificaba en situaciones como aquélla. Giramos por la calle del Teniente Flomesta, una de las entradas a Calasparra, para enseguida torcer hacia la calle Ordóñez, la cual desembocaba a la estrecha carretera que su­bía al santuario. Sabía que mi perro no era un asesino, que me defendió de aquel diminuto intruso de ojos saltones que atendía al nombre de Cuqui . Yo salvé a Yako de una muerte casi segura, pero a él le debía mi alegría y las ganas de levantarme cada mañana. Mi padre, aunque conducía len

Fragmento del Capítulo 6, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«Ambos bebieron vino, yo diría que demasiado, Teresa y mi padre salieron al jardín sin retirar la vajilla de la mesa con el pretexto de fumar un cigarrillo y tomar una copa disfrutando de la calidez de la noche colmada de estrellas y el suave canto de los grillos. Cuando conversaban a solas me pareció escuchar en ella lo mucho que sentía lo acontecido aquel fatídico día de septiembre de 1981, también hablaron de un tal Manuel, amigo común por lo que deduje, que poseía una prole de cierta consideración. Desde la ventana de la cocina, simulando recoger los enredos, presté toda mi atención a sus gestos cuando callaron, la mano de mi padre fue a parar suavemente sobre el hombro de Teresa, ella torció su cabeza para rozar con la mejilla sus dedos, se penetraban con la mirada, mi padre deslizó los dedos de su otra mano a la parte del rostro que ella había dejado al descubierto, aquella mujer se contoneaba con expresión pícara al son de las caricias que recibía, sus caras comenzaron a acercar

Extracto del quinto capítulo, cuarto acto de "Mi hija y la ópera"

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«La casa de mi abuelo Pepe se encontraba tal como se la dejó hacía ya un lustro, en todo ese tiempo mi padre había entrado sólo en un par de ocasiones. La vivienda mostraba lobreguez hasta que levantamos las persianas, descorrimos las cortinas y abrimos las ventanas, procurando eliminar aquel olor a vacío y olvido. Los tabiques estaban descascarillados por la humedad, una lámina de polvo cubría los muebles, un marco del Real Madrid que rezaba «Un equipo para la historia» colgaba de la pared más amplia del salón, en la imagen, un gran número de jugadores de los años cincuenta que posaban con unos cuantos trofeos sobre el césped del estadio de fútbol. Las otras paredes exhibían fotografías en blanco y negro, una, con mi padre en pantalón corto y tirantes devorando un muslo de pollo frente al objetivo de la cámara; en otra instantánea, mi abuela con un vestido negro de época; y en otra imagen, un niño pequeño, intuyo que de cuatro años de edad, con un trajecito y con los ojos cerrados, d