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Capítulo 20, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Párrafo del Capítulo 20, Acto II, de Mi hija y la ópera : «Aquellas palabras me enmudecieron, admiré embobada su sonrisa perfecta y su mirada esplendente de color canela, las cortinas serpenteaban acariciándole la espalda y su cabello moreno ondulaba con la gracia de un televisivo anuncio de champú, dándome la impresión de estar ante la representación más sublime del universo. Aquella mujer de rostro angelical y silueta de revista ostentaba de una elegante manera de declamar las palabras que lo raro era que no trabajase como presentadora de televisión o algo similar. Estuvimos apenas un instante en que nos hallamos la una frente a la otra, en silencio. Permanecí inmóvil, sumisa ante cualquier gesto que ella hubiera realizado. Un raro sentimiento me acaeció de improviso: deseé besarla.» Si quieres hacerte con la novela en formato eBook, pincha el título de esta entrada de blog.

Capítulo 19, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Pasaje del Capítulo 19, Acto II de Mi hija y la ópera : «Una hora de trayecto me esperaba en el peor de los casos, y a pesar de la temeridad que suponía andar por el camino que une Calasparra con mi casa, creí que me vendría bien para cavilar. En muy poco tiempo había sucedido de todo. Estuve pensando en Antonio y en la relación que estaba fraguándose lentamente, ¿sería capaz de practicar sexo con él? Era una idea que iba madurando con los últimos acontecimientos y, la verdad, la imagen de tenerlo encima de mí copulando no me agradaba en absoluto, más bien me parecía repugnante. Comprendí enseguida que lo que yo buscaba en aquella relación era disponer de compañía, complicidad, protección, todo lo que me había ofrecido en las últimas horas, como cuando me amparó de Juan y sus peligrosas compañías. Reflexioné a partir de ese instante en el riesgo que estaba asumiendo y la amenaza que corría si el Chapicas y sus amistades me encontrasen a solas por aquella carretera que a buen seguro

Capítulo 18, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Pasaje del Capítulo 18, Acto II, de Mi hija y la ópera : «Advertí que el Renault Megane de Marisa no estaba aparcado en el jardín, habría preferido pasar la noche en su domicilio. Mi padre estaría solo, leyendo y escuchando la ópera Don Pasquale de Donizetti que podía percibirse desde nuestra distancia. Por el reflejo de árboles, sabía que tenía la luz de su dormitorio encendida (la ventana de su habitación miraba hacia el pueblo y no hacia la verja). Dirigí la vista hacia la casa de mis vecinos cuyas desiguales siluetas detrás de la cortina conseguía vislumbrar, sé que verían el automóvil, pero no les saludé dudando que pudieran detectar nuestra presencia en el interior oscuro del vehículo. De­sa­broché el cinturón de seguridad para abandonar el coche, después besé en la mejilla a Antonio, y lo prolongué durante unos segundos como un gesto fraternal, cargado de cariño, que pretendía mostrar mi agradecimiento hacia su actitud en las últimas horas, y sobre todo, por la unión cóm

Capítulo 17, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Pasaje del Capítulo 17, Acto II, de Mi hija y la ópera . «Escuchaba a mi padre cómo le relataba a Marisa el desarrollo del cuarto acto de Las Bodas de Fígaro con un entusiasmo que me rememoró a mi niñez, cuando él me narraba las escenas que podían escaparse a mi comprensión. Ella sostenía una copa de vino y exhalaba suavemente el humo de un cigarrillo. No fumaba ni bebía en abundancia, pero contemplar toda una ópera un viernes por la noche justificaban dichas licencias. Llegué a la cocina atravesando el salón sin que reparasen en mi aparición. El sonido de las cucharadas de cacao tocándose con el cristal del vaso y los treinta segundos del microondas me delatarían con toda seguridad. Pero no hicieron ningún comentario hacia mí, permanecían embelesados contemplando la representación: «…Ahora es cuando Susana se disfraza de la condesa de Almaviva…», «…Aquí, Fígaro se da cuenta del engaño…», «…Esta escena me encanta porque es cuando el conde suplica perdón a la condesa, y bueno, m

Capítulo 16, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Fragmento del Capítulo 16, Acto II, de Mi hija y la ópera : «En la semana y pocos días que se extendió mi estancia en el hogar de mi tía me propuse devolver parte de la ayuda que ella me había proporcionado durante lustros desinteresadamente. Constaté el cariño que exhibía Alberto hacia su mujer en las dos mañanas que coincidí con él (la de su marcha a Holanda y la de regreso del viaje), amén de su actitud siempre servicial conmigo. Con Laura hablé de los viejos tiempos, le puse al día sobre cómo marchaban las cosas por Calasparra, lugar al que ella todavía consideraba como su segunda casa. Le conté que Dani se había casado, que yo tenía un amigo con el que tonteaba —exagerando como siempre en mis relaciones personales—, que nos habían intentado robar, la salvajada que cometieron con Yako y la contundente respuesta de mi padre ante los malhechores que habían rajado el lienzo con la imagen de mi hermana y que éste interpretaba como una provocación que impedía descansar a los muert

Capítulo 15, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Final del Capítulo 15, Acto II, de Mi hija y la ópera: «Días antes enterramos el cuerpo de Yako , unas pocas horas después de que lo mataran. Mi padre cavó una pequeña fosa junto a la higuera, era su árbol preferido para cobijarse del sol cuando buscaba descanso en las interminables tardes de verano.    —Papá, ¿crees que vendrán? —pregunté sin haberme recuperado todavía de las pesadillas que padecí aquella mañana.    —No, no creo hija, no te preocupes.    —¿Por qué crees que hay gente que roba y se dedica a hacer el mal?    —Algunos, Violeta, no viven en paz. Así como en las guerras no hay buenos ni malos, a ese tipo lo han educado codiciando lo ajeno porque, de algún modo, piensa que nosotros, somos los malos de su película. Que voluntariamente los hemos dejado apartados de la sociedad, marginados, etcétera. En su ignorancia, creen que somos el enemigo y que ellos se creen con el derecho de buscar la compensación de lo que a cada uno le pertenece; infringiendo unas reglas

Capitulo 14, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Pasaje del Capítulo 14, Acto II de Mi hija y la ópera: « Me apeé del viejo coche que conducía mi padre junto, a la Iglesia de la Merced, frente al bar, era las nueve y cinco de la noche. Se despidió sin siquiera echar un vistazo al entorno para indagar quiénes serían los chicos que deberían estar esperándome, se marchó en dirección opuesta a nuestro domicilio, especulé que tal vez no le apetecería maniobrar debido al gentío que recorría la calle. Total, nadie le esperaba en nuestro hogar. Yo agradecí el gesto, no quería que me soltase dos besos o cualquiera de sus frases sentenciosas que no dejan en buen lugar mi madurez. Yo me apoderé del teléfono móvil, con la advertencia de que, a la mínima incidencia, llamase a casa. Me acerqué hacia el Crillas que estaba a unos pocos metros. El lugar estaba atestado de peatones que se dirigían en todas direcciones, varios carricoches con sus respectivos progenitores se cruzaron frente a mí con sincronía diestra. Sentí el nerviosismo palpitar cu