Capítulo 9, Acto III, de «Mi hija y la ópera»
Final del Acto III, de Mi hija y la ópera:
«Una vez me contó
mi padre que la insuperable melodía de Nessun
dorma de Turandot fue el
fragmento que lo atrajo al fascinante mundo operístico, casualmente, entretanto
finalizo con las últimas palabras de esta autobiografía escucho de fondo Diecimila anni al nostro imperatore, el
coro con el que concluye la ópera postrera de Giacomo Puccini y que tiene claras
evocaciones al celebérrimo aria. Esta pieza del final probablemente fuese
compuesta por Franco Alfano, discípulo del maestro italiano, ya que el gran
compositor falleció dejando inconclusa una de sus grandes obras.
No quisiera, dicho sea de paso, dejar inacabado
mi relato, por lo que he de ponerle fin sin más dilación. Todo esto es lo que
ha ocurrido en estos años, la historia de mi vida no ha sido otra cosa que lo
que aquí se ha contado, podría haber tenido mejor final, o haber finalizado
tramas que se han quedado a medias, pero es así, carece de los desenlaces
novelescos propios de autores con imaginación, el manuscrito es el que es, porque
no es otra cosa que un resumen de mi existencia. ¿Qué le vamos a hacer?
A propósito, de los cuantiosos correos
electrónicos que recibo de mis viejos conocidos, extraigo el siguiente
fragmento, me lo envió Pedro, y es realmente fantástico:
Querida Violeta, ¿cómo van las cosas por la
costa? Aquí poco ha cambiado. Marisa y yo nos hemos mudado de casa, ahora
residimos en una urbanización cercana al lugar donde vivíais. A ver si un día
te acercas con Isabel, con la que sé que has reanudado la amistad, y regresas a
tu pueblo aunque sea para constatar personalmente de que todo sigue igual. En
ocasiones salimos a andar por las sendas que recorríamos contigo y con tu
padre. Hay un rumor por toda la comarca que cuenta que un señor con espesa barba
blanca, ayuda a los caminantes extraviados o necesitados de auxilio. Sabes que
soy la persona más escéptica del mundo, pero cuando han llegado a mis oídos
todas esas historias no he podido evitar esbozar una sonrisa creyendo que se
trataba del "Siddartha calasparreño", un alma que siempre deseó encontrarse con
su verdad existencial. Tú ya sabes a quién me estoy refiriendo.»
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