Capítulo 10, Acto I «Mi hija y la ópera»

Pasaje del capítulo 10, Acto I de Mi hija y la ópera:

   «En ese instante de desasosiego colectivo apareció el vehículo de Pepe que se intro­ducía en la finca tocando el claxon. En su rostro atemorizado pudo distinguirse un resoplido de alivio al ver a su hijo en el exterior de la casa.
   —¡Llevo el susto metido en el cuerpo hijo mío!, ha habido en el cruce de la carretera de Canteras un accidente gravísimo, con muertos, cuando me han dicho que el coche era un Seat 131 blanco pensé que podía ser el tuyo. No te puedes imaginar la alegría que me da verte. ¿Qué te pasa Andrés?... ¡Estás pálido!...
   Laura se asomaba desde la puerta de la entrada de la casa sosteniendo la guía te­lefónica e informando que había encontrado el número de la carnicería, se le des­plomó de sus manos sobresaltadas al avistar un vehículo patrulla de la Guardia Civil que estacionaba junto a la verja. A sus catorce años ya sabía que aquella visita no presagiaba nada bueno.
   Dos hombres uniformados de verde oscuro cerraban las puertas del automóvil y se adentraron en la finca con palpable consternación. Ambos se cuadraron en cuanto advirtieron la presencia de Andrés que, amilanado por una fatídica noticia, apenas podía mantenerse erguido. La familia, expectante y atemorizada enmudeció dejando que se apreciara la melodía proveniente desde el salón, el fragmento llamado Ebben, ne andrò lontana de Catalani.
   —¿Es usted familiar de don Andrés Rosique Marín?
   —Soy yo —asintió temblando con un hilo de voz.
   —¿Es propietario de un Seat 131 blanco, con matrícula de Murcia, tres, uno…?

   Los últimos números de la matrícula fueron imperceptibles debido a las maldiciones y los lamentos de los familiares y amigos que escuchaban a los miembros de la Benemérita. Andrés afirmó derrotado.»

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Página 9 de «Mi hija y la ópera»

Isidoro Galisteo, de Úbeda, Jaén