Capítulo 3, Acto II, «Mi hija y la ópera»
Final del Capítulo 3, Acto II de Mi hija y la ópera:
«En el final de aquel verano no me despedí de mi tía
llorando como en los anteriores, el viento y las nubes anunciaban tormenta
aquella tarde de domingo, el camino de gravilla, que otrora corría persiguiendo
el vehículo de Laura, lo anduve hasta la mitad. Ya disponía de Dani para mí
sola. Alcé la vista a la única vivienda que se encontraba entre la carretera y
nuestra casa, unos vecinos que, a pesar de los escasos cien metros que nos
separaban, eran unos desconocidos a los que únicamente distinguíamos tras las
cortinas de sus ventanas en las noches o días oscuros, en los cuales encendían
las luces del interior que en ocasiones titilaban como si el resplandor fuera
producido por velas. Aquella tarde descubrí la silueta de una mujer oronda, noté
que me observaba, como si no supiera que su figura se recortase tras la
ventana, procedí con lo que solía hacer mi padre cada vez que pasábamos por la
puerta de su destartalada residencia: saludar con la mano. Tras el gesto, la
sombra se apartó con brusquedad agitando la cortina, para volver segundos
después.»
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