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Volumen 29 de «Mi hija y la ópera»

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28    Avistamos la mirada glacial e indiferente de Marisa al otro lado del pasillo, junto a otras personas que aguardaban la llegada del vuelo de Madrid, en el Aeropuerto de Alicante. Era la una de la tarde del pasado martes 14 de diciembre. Nos recibió con una mueca que pretendía fingir una sonrisa. Sus ojeras evidenciaban un rostro fatigado que yo atribuí a la resaca de un fin de semana agitado. Más raros fueron los dos besos atropellados con los que saludó a su primogénita en relación al profundo abrazo que me ofreció sin pronunciar palabra. Marisa dejó conducir a su hija de regreso a casa, había venido a por nosotras en el automóvil de Isabel, un utilitario en cuyo maletero solo cabía la mitad de nuestro equipaje. A pesar de la insistencia de «nuestra madre» me senté en el asiento de detrás, con mi maleta a la izquierda.    —¿Qué tal los rascacielos, se ven tan altos como en las películas? —preguntaba con indisimulada apatía.    Asentíamos sin entusiasmo, Marisa no lo d

Volumen 28 de «Mi hija y la ópera»

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27    Como una fugitiva escurridiza merodeaba por las frenéticas calles de Manhattan procurando no coincidir con Isabel. Cansada de dar vueltas, caí en la cuenta de que el único sitio donde no podría encontrármela, por carecer de boutiques, sería en mi lugar preferido. Me encaminé a aquel enorme parque de naturaleza y paz, rodeado de rascacielos, por la Central Park West. Anduve hasta encontrar un banco soleado, que en invierno son los más solicitados, muy próximo al Edificio Dakota, cercano al lugar donde asesinaron a John Lennon. Se había conmemorado el aniversario de su muerte hacía pocos días, una amplia zona se hallaba llena de flores y mensajes en homenaje al músico. Me acordé entonces de Dani, mi profesor de piano y de su peculiar sentido de la estética, con esas gafas graduadas de sol con cristales redondos, las cuales usaba incluso en el interior de casa, no para emular al compositor inglés, sino para evitar ponerse las suyas habituales, unas de pasta con las patillas

Volumen 27 de «Mi hija y la ópera»

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26    Había un restaurante brasileño llamado Bossa Nova, situado en la Novena Avenida, del cual Isabel me había contado por teléfono que era el idóneo para nuestra cena de aquella noche, quedamos allí. Pasé antes por el hotel para mudarme la ropa que se encontraba teñida de verde por el césped de Central Park. Llegué al restaurante diez minutos más tarde de lo acordado. Isabel me esperaba en la barra de aquel local bebiendo una sangría que poco se parecía a la que preparaba su madre. Consumimos gran cantidad de cerveza y vino. Alcohol que apenas pudo ser neutralizado dada la frugalidad de los alimentos sólidos que ingerimos. Al abandonar el establecimiento Isabel me agarró del cuello con su brazo.    —Esta noche es para nosotras, y lo prometido es deuda, así que: ¡Vámonos de cócteles!    —Sí, así nos quitaremos el frío.    —¡Y las preocupaciones! —afirmó con fruición.    —Y, por supuesto, las inhibiciones —continué dándole un beso en la cara, el segundo del día sin motivo