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Volumen 17 de «Mi hija y la ópera»

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16    Un domingo por la mañana llamó mi tía para informarme de una fantástica noticia: ¡Estaba embarazada! Por fin iba a tener un primo, con una diferencia de edad, eso sí, de más de veinte años. Una ecografía anticipó semanas más tarde de que nacería varón. Por aquella época mi apego hacia Antonio se había acrecentado de tal manera que difícil era el día que no charlábamos en su supermercado e inaudito el fin de semana que no quedásemos coincidiendo con su peña que ya consideraba como propia. Comencé a descubrir cierto encanto en la personalidad de aquel tipo, y no sé si ese sentimiento era por aquel entonces recíproco. Incluso lo aficioné un poco a la ópera, solíamos escucharla en el coche. En otras ocasiones, salíamos para comer pipas en la plaza del Ayuntamiento mientras criticábamos a cualquiera de las amistades que teníamos en común. Mi padre conoció a una mujer elegante que irradiaba cierto halo bohemio y que atendía al nombre de Marisa. Ella, que se estaba encargando de

Volumen 16 de «Mi hija y la ópera»

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15    Me cité con Antonio, coincidiendo con buena parte de su peña, durante todos los fines de semana de aquel verano. Salvo en el penúltimo de agosto, aquella fecha estaba reservada al casamiento de mi tía Laura con Alberto. Mi padre y yo volvimos a pisar suelo cartagenero, después de casi cuatro años, para asistir al enlace. Tuvieron el acierto de ubicarnos en la mesa presidencial, ya que no conocíamos a ningún otro invitado excepto a mi abuela María que por aquel entonces ya estaba hecha un vegetal. Los padres del novio se encontraban al otro lado de los recién casados, irradiaban glamour por los cuatro costados. Yo me había comprado un vestido que me iba largo, el cual me obligó a que caminase firme y cauta para evitar pisarlo con unos tacones a los que nunca estaré acostumbrada; mi padre estrenó traje para la ocasión, a menudo se levantaba el cuello de la camisa con los dedos para permitir que pasara aire por su oprimida tráquea. Los novios estaban radiantes, y los comensal

Volumen 15 de «Mi hija y la ópera»

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14    Unos cuantos meses habían transcurrido desde que agregué como contactos a Ángel, mi paisano cartagenero; y a Fran, de Elda. A pesar del tiempo pasado y de nuestra relativa cercanía geográfica continuaba sin conocerles en persona, cosa que, lejos de contrariarme, agradecía. Permanecía cerril a la hora de negarme a enviar cualquier documento gráfico donde apareciera mi imagen. Esa recalcitrante postura se volvió en mi contra, y poco a poco se fueron diluyendo aquellas simpáticas sesiones que manteníamos durante horas en el chat, transformándose en escuetos y protocolarios correos electrónicos que preguntaban acerca de mis acontecimientos de fin de semana. Mensajes con los que daba rienda suelta a la imaginación, mintiendo sobre experiencias que nunca ocurrían debido al estilo de vida ermitaña impuesto por mi padre.    Al final, transigí en la petición de mis amigos y acepté una cita con ellos aprovechando que se aproximaban las celebraciones de las fiestas patronales de lo