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Volumen 15 de «Mi hija y la ópera»

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14    Unos cuantos meses habían transcurrido desde que agregué como contactos a Ángel, mi paisano cartagenero; y a Fran, de Elda. A pesar del tiempo pasado y de nuestra relativa cercanía geográfica continuaba sin conocerles en persona, cosa que, lejos de contrariarme, agradecía. Permanecía cerril a la hora de negarme a enviar cualquier documento gráfico donde apareciera mi imagen. Esa recalcitrante postura se volvió en mi contra, y poco a poco se fueron diluyendo aquellas simpáticas sesiones que manteníamos durante horas en el chat, transformándose en escuetos y protocolarios correos electrónicos que preguntaban acerca de mis acontecimientos de fin de semana. Mensajes con los que daba rienda suelta a la imaginación, mintiendo sobre experiencias que nunca ocurrían debido al estilo de vida ermitaña impuesto por mi padre.    Al final, transigí en la petición de mis amigos y acepté una cita con ellos aprovechando que se aproximaban las celebraciones de las fiestas patronales de lo

Volumen 14 de «Mi hija y la ópera»

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13    Se celebraba la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos de 2000 cuando los «correligionarios» Pedro y Juan, que parecían siameses adheridos al costado, volvieron a frecuentar nuestra morada. En la primera francachela, España fue derrotada por Noruega, como siempre el resultado del encuentro parecía no determinar el devenir de la noche. Cenamos después del partido, insistieron en que bebiera cerveza, la tomé con algo de asco y miedo. Haber sido testigo de lo que le ocurrió a mi futuro tío Alberto —le quedaban pocas semanas para contraer matrimonio con Laura—, por el consumo desmedido de bebidas alcohólicas, me condicionó a que ingiriese la cerveza con cierta mesura. Al igual que el vino, que le relevó para acompañar a una exquisita carne comprada para tan «eximia» ocasión. Admito que nunca me ha seducido el alcohol, presenciar las modorras que padecía mi padre con frecuencia, amén de otras particularidades personales que atribuyo a sus excesos, me han generado cierta antipatí

Volumen 13 de «Mi hija y la ópera»

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12     Los meses sucedieron con celeridad, Dani ya había dejado de venir a casa, contrajo matrimonio con la dependienta de la tienda de regalos y mantuvo sus clases particulares en Calasparra. De manera esporádica ejecutaba piezas de piano en locales nocturnos de la comarca del Noroeste, eventos a los que nunca pude asistir. A finales de 1998 algo inédito ocurrió: por primera vez acudí al pueblo yo sola. Siempre había ido acompañada de mi padre, y creo recordar que en una ocasión con mi tía. A partir de entonces, comencé a bajar a la localidad con algo de frecuencia, en bicicleta como medio de transporte, empezando a dominar la batalla a mi complejo estético, o al menos en parte. Sin embargo, el único lugar que visitaba era una tienda de ultramarinos, el motivo por el cual inauguramos esta tendencia de compra no fue otra que la jubilación de Domingo, el encargado durante años de abastecer nuestra despensa transportando desde su vieja furgoneta los productos que le demandábamos.