Entradas

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 16

Imagen
15    Me cité con Antonio, coincidiendo asiduamente con buena parte de sus amigos de la peña, durante todos los fines de semana de aquel verano. Salvo en el penúltimo de agosto, aquella fecha estaba reservada al casamiento de mi tía Laura con Alberto, mi padre y yo volvimos a pisar suelo cartagenero después de casi cuatro años para asistir al enlace.    Tuvieron el acierto de ubicarnos en la mesa presidencial, ya que no conocíamos a ningún otro invitado excepto a mi abuela María que por aquel entonces ya estaba hecha un vegetal. Los padres del novio se encontraban al otro lado de los recién casados, irradiaban glamour por los cuatro costados, esclavizados por tontas frivolidades. Nuestro humilde aspecto y ademanes sencillos contrastaban con los del resto de comensales. Yo me había comprado un vestido que me iba largo, el cual me obligó a que caminase firme y cauta para evitar pisarlo con unos tacones a los que nunca estaré acostumbrada; mi padre estrenó traje para la ocasión

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 15

Imagen
14    Unos cuantos meses habían transcurrido desde que agregué a mis contactos a mi paisano cartagenero, Ángel, y a Fran, de Elda. A pesar del tiempo pasado y de nuestra relativa cercanía geográfica continuaba sin conocerles en persona, cosa que, lejos de contrariarme, agradecía. Permanecía cerrilmente expeditiva a la hora de negarme a enviar cualquier documento gráfico donde apareciera mi imagen, justificándome siempre con esta pregunta: «¿Cambiaría tu amistad hacia mí si contemplases una foto mía?».    Esa recalcitrante postura se volvió en mi contra y poco a poco se fueron diluyendo aquellas simpáticas sesiones que manteníamos durante horas en el chat, transformándose en escuetos y protocolarios correos electrónicos que preguntaban acerca de mis acontecimientos de fin de semana. Mensajes con los que daba rienda a mi imaginación mintiendo sobre experiencias que nunca ocurrían debido al estilo de vida ermitaña impuesto por mi padre.    Finalmente transigí en la petición d

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 14

Imagen
13    Se celebraba la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos de 2000 cuando los «correligionarios» Pedro y Juan, que parecían siameses adheridos al costado, volvieron a frecuentar nuestra morada. En la primera francachela, España fue derrotada por Noruega, como siempre el resultado del encuentro parecía no determinar el devenir de la noche. Cenamos después del partido, insistieron en que bebiera cerveza, la tomé con algo de asco y miedo. Haber sido testigo de lo que le ocurrió a mi futuro tío Alberto —le quedaban pocas semanas para contraer matrimonio con mi tía Laura—, por el consumo desmedido de bebidas alcohólicas, me condicionó a que ingiriese la cerveza con cierta mesura. Al igual que el vino, que le relevó para acompañar a una exquisita carne comprada para tan «eximia» ocasión. Admito que nunca me ha seducido el alcohol, presenciar las modorras que padecía mi padre con frecuencia, amén de otras particularidades personales que atribuyo a sus excesos, me han causado cierta an