Entradas

Capítulo 2, Acto II «Mi hija y la ópera»

Imagen
Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : «   —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella.    La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o menosprecio hacia

Capítulo 2, Acto II «Mi hija y la ópera»

Imagen
Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : «   —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella.    La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o menosprecio hacia

Capítulo 2, Acto II «Mi hija y la ópera»

Imagen
Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : «   —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella.    La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o menosprecio hacia

Capítulo 1, Acto II «Mi hija y la ópera»

Imagen
Párrafo del Capítulo 1, Acto II de Mi hija y la ópera : «No recuerdo que mi padre se ocupara de mí hasta que, a la edad de cinco años, nos mudamos a Calasparra. Él era alto, de gran corpulencia, con el abdomen prominente, aunque nunca lo hubiera definido como gordo. Una barba cubría su rostro, y mostraba una mirada ausente e inexpresiva, supongo que la propia de alguien que hubiera sufrido un suceso como el acaecido la mañana del 12 de septiembre de 1981, fecha que tengo más marcada que la de mi propio nacimiento.»  Si quieres hacerte con la novela en formato eBook, pincha el título de esta entrada de blog.

Capítulo 10, Acto I «Mi hija y la ópera»

Imagen
Pasaje del capítulo 10, Acto I de Mi hija y la ópera :    «En ese instante de desasosiego colectivo apareció el vehículo de Pepe que se intro­ducía en la finca tocando el claxon. En su rostro atemorizado pudo distinguirse un resoplido de alivio al ver a su hijo en el exterior de la casa.    —¡Llevo el susto metido en el cuerpo hijo mío!, ha habido en el cruce de la carretera de Canteras un accidente gravísimo, con muertos, cuando me han dicho que el coche era un Seat 131 blanco pensé que podía ser el tuyo. No te puedes imaginar la alegría que me da verte. ¿Qué te pasa Andrés?... ¡Estás pálido!...    Laura se asomaba desde la puerta de la entrada de la casa sosteniendo la guía te­lefónica e informando que había encontrado el número de la carnicería, se le des­plomó de sus manos sobresaltadas al avistar un vehículo patrulla de la Guardia Civil que estacionaba junto a la verja. A sus catorce años ya sabía que aquella visita no presagiaba nada bueno.    Dos hombres uniformados de

Capítulo 9, Acto I «Mi hija y la ópera»

Imagen
Extracto del capítulo 9, Acto I de Mi hija y la ópera : «El abuelo realizó una instantánea cuando Patricia le entregaba el regalo a Susana, ambas se miraban sonrientes, Andrés aparecía tras ellas con la alegría propia del momento, con una mano sobre la espalda de su mujer, y con la otra, abrazando desde atrás a su hija de dos años y medio que, rebosante de felicidad, aceptaba la caja envuelta en un papel festivo. Violeta, a la izquierda de su hermana, sorprendida por el flash, fue la única de todo el salón que miró de frente a la cámara.» Si quieres hacerte con la novela en formato eBook, pincha el título de esta entrada de blog.

Capítulo 8, Acto I «Mi hija y la ópera»

Imagen
Pasaje del capítulo 8, Acto I de Mi hija y la ópera :    —No me eches más cerveza que me enfollono —dijo Consuelo—, bebo de la de mi Paco.    Andrés ayudó a su mujer a cortar el queso y los embutidos, dejando a sus invitados a solas con Susana que correteaba alegre alrededor de la pareja.    —Menuda casa tienen, ¿eh, Consuelo? —susurró Paco a su novia.    —Ya sabes, los ricos, se lo quedan todo, y por mucho que tú trabajes, ellos ganarán más. Estoy segura de que si te montaras por tu cuenta, podríamos en poco tiempo tener una casa igual. Por cada peseta que tú ganas, él se lleva cien. Puedes estar en­lomao para que funcione su tienda que le da igual.    —No hables así de Andrés que gracias a él tengo un buen sueldo, dirijo una tienda, y tengo a mi cargo a un vendedor, un técnico, una dependienta… y ¡cállate que nos van a oír!     —Si es que eres tonto de lo bueno que eres, pero tonto de remate —concluyó Con­suelo oyendo al matrimonio acercarse con el sonido