Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : « —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella. La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o meno...