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Volumen 32 de «Mi hija y la ópera»

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3    La salud de mi padre mermó tras la visita de su buen amigo Paco. A partir de entonces convirtió la planta superior de nuestra vivienda en una especie de fortaleza donde descansaba, se aseaba y escuchaba música. Si bajaba las escaleras era para comer algo. Atribuí a la ansiedad que me producía la enfermedad de mi progenitor cuando somaticé el estrés con dolores en el vientre y en los pechos, incluso no me extrañó que la menstruación se demorase al estar padeciendo en mis carnes el declive físico de la única persona que ha estado junto a mí desde siempre. Por las mañanas, la congoja y la tortura psicológica a la que estaba siendo sometida me producía náuseas, de tal manera que casi siempre acababa por provocarme el vómito. Toda aquella sintomatología no me atormentaba en comparación a la posibilidad de haber quedado encinta, porque aunque fuera remota la probabilidad, existía un exiguo riesgo de concepción por aquel par de minutos donde el puertorriqueño de dientes separados

Volumen 31 de «Mi hija y la ópera»

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2    Las Navidades transcurrieron en el estado taciturno que presagiábamos. Pedro acudió a casa la noche de fin de año, fue una de sus últimas visitas. Las hijas de Marisa comparecieron igualmente a tomarse las uvas con nosotros, también vinieron antes para conmemorar la Nochebuena. En ninguna de las dos noches pude establecer una conversación con mi idolatrada Isabel que me acercara un poco a ella. Alguna mirada a hurtadillas en sendas cenas ponía de manifiesto que volver a acariciar su piel sería una quimera mientras yo fuese para ella la encarnación de una estupidez perpetrada en una noche etílica. Solo mi tía, que estuvo al corriente del padecimiento de mi padre, se encargó de llamarnos con frecuencia manifestando su intranquilidad por la evolución de la enfermedad.    Pese al inexorable advenimiento de su muerte, él intentaba continuar con su rutina que solo interrumpía cuando tenía que atender alguna visita. Sus largas expediciones por el monte se habían convertido en p

Volumen 30 de «Mi hija y la ópera»

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ACTO II Mi hija y la ópera 1    Cabo de Palos, 2010    Algo más de un lustro ha transcurrido desde que concluí el manuscrito. Mi vida ha evolucionado, ya no soy la misma Violeta de entonces, ahora puedo hacer gala de ser una persona equilibrada y madura sin ningún género de complejos. Quienes me conocen de antaño afirman que mi mirada infunde armonía y tranquilidad, nada que ver con mi vieja expresión tortuosa que inspiraba suspicacia y antipatía. Gracias a los ejercicios de meditación que practico a diario, y a la lectura de libros de filoso­fía oriental, he logrado un estado emocional casi imperturbable y proyectar una conciencia profunda a mi existencia. He conseguido vivir en un silencio que solo se rompe con el rumor de las olas y el sonido del viento que flamea las cortinas de mi casa cuando abro las ventanas de par en par aun a riesgo de que la madera del piano se deteriore con el salitre. La música está ahora en un segundo plano, aunque a veces escucho y des