MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 9
8 Dani se convirtió a partir de aquel momento en la única persona que entraba a casa. Sus dotes para la enseñanza propiciaron que, además de clases de piano, fuese mi profesor en las materias lectivas que los niños de mi edad recibían en el colegio. Un vendedor ambulante, cuyo nombre era Domingo, también se acercaba cada mañana a casa, pero nunca sobrepasaba la valla que delimita la parcela, tocaba la bocina muy temprano anunciando su llegada y nos traía los pedidos de todo tipo de productos alimenticios y tomaba nota de los siguientes. Siempre lo atendía mi padre desde la verja, que abría para que el viejo pudiera dar la vuelta sin demasiadas maniobras. Yo nunca trataba con él; por eso, apenas conocí a ese señor hasta poco antes de jubilarse. El tiempo que mi padre y yo dedicábamos a Yako en aquellos meses de oscuridad nos sirvió para domesticarle. Una vieja pelota de tenis era su juguete preferido, nunca se hartaba de perseguirla, ¡qué diferencia con los humanos!, q