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MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 9

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8    Dani se convirtió a partir de aquel momento en la única persona que entraba a casa. Sus dotes para la enseñanza propiciaron que, además de clases de piano, fuese mi profesor en las materias lectivas que los niños de mi edad recibían en el colegio. Un vendedor ambulante, cuyo nombre era Domingo, también se acercaba cada mañana a casa, pero nunca sobrepasaba la valla que delimita la parcela, tocaba la bocina muy temprano anunciando su llegada y nos traía los pedidos de todo tipo de productos alimenticios y tomaba nota de los siguientes. Siempre lo atendía mi padre desde la verja, que abría para que el viejo pudiera dar la vuelta sin demasiadas maniobras. Yo nunca trataba con él; por eso, apenas conocí a ese señor hasta poco antes de jubilarse.    El tiempo que mi padre y yo dedicábamos a Yako en aquellos meses de oscuridad nos sirvió para domesticarle. Una vieja pelota de tenis era su juguete preferido, nunca se hartaba de perseguirla, ¡qué diferencia con los humanos!, q

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 8

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7    Teresa regresó a la semana siguiente con la excusa de que debía realizar un trabajo en Moratalla, una localidad cercana a Calasparra. Estuvo un par de noches en casa, concretamente, miércoles y jueves. Alegaba que una cena con nuestra compañía siempre sería más cálida que la fría estancia en un hotel. Mi padre ingenió un plan, logrando que ella se hospedase con nosotros minimizando mi desapro­bación: él me cedería su dormitorio, y ellos dormirían en cada una de las camas de mi cuarto, mi padre en la mía —especificó en ello con insistencia—; y Teresa, en la que solía acostarse mi tía Laura.    La mujer procuró ganarse mi cariño en aquellas estancias nocturnas. Yo no conseguí ver en ella otra cosa que una intrusa que relegaba a Laura de nuestras vidas. Me dijo que el lunes subsiguiente debía terminar el estudio de calidad que desarrollaba en una fábrica moratallense y que, por ello, traería desde Cartagena a su perra para que jugase con Yako .     Esa misma noche mi tí