Volumen 6 de «Mi hija y la ópera»
5 De lunes a viernes, reemplazando las clases escolares, apoyaba a mi padre en las arduas tareas domésticas. Buena parte de aquel tiempo lo destinó a enseñarme a cocinar recetas sencillas. Las lecciones de piano que recibía los sábados se cambiaron a las tardes del martes y del jueves. Con esta medida —buena por partida doble— evitaba que Dani coincidiera con Laura; y conseguía tener a mi tía en exclusividad para optimizar el temario que cada fin de semana me aguardaba. Ella aprovechaba sus desplazamientos desde Cartagena para llevar y traer documentos relacionados con los negocios de mi padre y, así, descargar a Paco de su semanal informe que se convirtió en mensual. Seguían cayendo, no obstante, en viernes las visitas de la persona a la que yo llamaba «padrino». Él discutía con mi padre, junto al escritorio, en una de las esquinas del salón, acerca de contratos de personal, nóminas y sobre la prioridad de a cuáles proveedores debían firmar un talón o un pagaré. Lo único que