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Volumen 13 de «Mi hija y la ópera»

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12     Los meses sucedieron con celeridad, Dani ya había dejado de venir a casa, contrajo matrimonio con la dependienta de la tienda de regalos y mantuvo sus clases particulares en Calasparra. De manera esporádica ejecutaba piezas de piano en locales nocturnos de la comarca del Noroeste, eventos a los que nunca pude asistir. A finales de 1998 algo inédito ocurrió: por primera vez acudí al pueblo yo sola. Siempre había ido acompañada de mi padre, y creo recordar que en una ocasión con mi tía. A partir de entonces, comencé a bajar a la localidad con algo de frecuencia, en bicicleta como medio de transporte, empezando a dominar la batalla a mi complejo estético, o al menos en parte. Sin embargo, el único lugar que visitaba era una tienda de ultramarinos, el motivo por el cual inauguramos esta tendencia de compra no fue otra que la jubilación de Domingo, el encargado durante años de abastecer nuestra despensa transportando desde su vieja furgoneta los productos que le demandábamos.

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 39

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FINAL    Desde el principio lo he sabido todo, o así lo he creído; sin embargo, los datos que poseo serán eliminados para siempre dentro de unos instantes. En este lugar la percepción temporal es absolutamente disímil a la de cualquier otro medio. He sido testigo de cómo mi madre llegó tras de mí, y mi padre le sucedió a los pocos años, ya estaba por aquel entonces la mujer de mi hermano y bastante después vino él. Todo ha pasado en un suspiro para los que nos hallamos aquí, los cuales somos meros espectadores de lo que ocurre. Ellos ya están en paz, con su círculo cerrado, pero ahora el destino pretende brindarme otra oportunidad corporal, una nueva existencia que en el mundo de los mortales se denomina: palingenesia.    He habitado en un lugar de profundo silencio conocido como el hogar de las almas, desde aquí, un Ser Supremo me ha asignado una vida en el más idóneo de los escenarios: en los sucesores de mi familia. Con genes similares, y la dicha de contar como antepas

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 38

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9    Al primer lugar donde acudimos una vez quedó confirmado nuestro parentesco tras la prueba de hermandad fue a la casa de nuestra única tía. Ella jugaba en el jardín de su mansión, junto a nuestros pequeños primos. Llegamos sin avisar; Paco, fiel a su palabra, no le había advertido de nada. Yo insistí en darle la más maravillosa de las sorpresas a Laura, no calculando bien el grado de emoción que toleraría al encontrarse con su ahijada después de varias décadas incluyéndola en el grupo de seres que ella consideraba bajo tierra. Tuvimos que llamar a una ambulancia porque se desmayó cuando le contamos la historia y le enseñamos el infalible test genético.    Ha transcurrido mes y medio desde entonces, y Marta —que, lógicamente, así desea que la llamemos— ha venido varias veces de Tres Cantos, localidad donde reside. Yo también le he devuelto alguna visita, conocí a sus hijos: Susana y Ángel que son tan repelentes y caprichosos como cabría esperar de una familia acostumbrad

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 36

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7       Mi pequeño nació con algo más de tres kilogramos de peso el 3 de septiembre de 2005. Por aquel entonces ya tenía apalabrada la vivienda en la que ahora resido. Finalmente mis tíos me facilitaron los datos de un conocido suyo que pretendía vender su casa en Cala Flores, un sinuoso complejo residencial junto al pueblo pesquero de Cabo de Palos, a unos treinta kilómetros de Cartagena. Posee unas espectaculares vistas al Mediterráneo.    Afortunadamente mi niño se asemeja a su padre, conserva hoy los rasgos bellos con los que llegó al mundo y su piel tostada de mulato desentona con mi clara tez. Juntos formamos un fabuloso contraste de tonos cromáticos.     Algunas veces, sobre todo cuando llegaba ese inenarrable lazo entre madre e hijo que es el amamantamiento, yo reflexionaba sobre las numerosas preguntas que se haría cuando creciese, respecto a su color de piel, o de su padre, o cualquier otra cuestión que pusiera en peligro el inquebrantable secreto que iba a impo