Útimas palabras de «Mi hija y la ópera»
Últimas palabras de Mi hija y la ópera:
«…Sonaban los últimos
compases de la melodía Intermezzo de Mascagni cuando desperté de un maravillosa experiencia onírica. En
el sueño aparecía mi padre, sentado en su mecedora, en aquel mismo dormitorio, con
mirada perdida murmurando para sí: «Mi hija y la ópera». Frase que repitió un
par de veces entretanto asentía levemente con la cabeza. Abrió su libro para cerrarlo
al cabo de unos segundos con señal de negación. De inmediato, con actitud firme,
se despojó de los tubos que le suministraban oxígeno y bebió un último trago de
whisky mientras desplazaba la cortina
para contemplar con semblante nostálgico los soleados tejados de las casas del
pueblo. Divisó el resto del paisaje que ofrecía la ventana y luego dirigió su
vista hacia la cama para constatar que yo le observaba con profunda quietud. Me
afirmó con ojos telepáticos un gesto que interpreto como «ahora», cerrando los
párpados a la vez que su espalda se amoldaba
a la mecedora mientras unas lágrimas se precipitaban bordeando unos labios que
dibujaban un rostro amable y pacífico.
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De repente, en aquel
mismo sueño, me encontré sentada sobre una roca de una pequeña cala de
piedrecillas redondas. Avisté a mi padre a lo lejos ataviado de prendas blancas
en el final de la playa, comenzó a caminar despacio. Al otro lado de la orilla,
el más cercano a mi ubicación, se encontraba una bella dama de cabello rubio,
luciendo un vestido albo que se removía sobre la espuma de las olas. Mi anciano
progenitor aligeró su marcha acercándose a la mujer. Percibí que rejuvenecía a
cada paso. Cuando finalmente se encontraron, mi padre tenía el aspecto de un
veinteañero, moreno y sin barba, con una apariencia que irradiaba felicidad. Se
abrazó a aquella joven de la cual no albergaba la más mínima duda de su
identidad, se trataba de Patricia Domínguez Tortosa: la persona que me dio la
vida.
Después, e inexplicablemente,
me encontré a mí misma convertida en un bebé de pocos meses, y a mi lado mi
hermana, con la edad que debía tener cuando desapareció. Nuestros padres nos
cogieron en brazos y se marcharon juntos.
En un fulgor de sagacidad
deduje que la ensoñación vivida me adentró al paraíso que mi progenitor anheló
durante muchos años.
Onírico o no, su edén
personal era reencontrarse con su familia. Idéntica, a la que el destino le
arrebató varias décadas atrás.
Así fue como lo soñé; y
así debería de haber ocurrido.»
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