Dos años
Las Torres de Cotillas, 14 de junio
Ocurrió
un lunes, tal día como hoy, del año 2010 cuando me sobrevino lo que podría
considerarse como una estúpida revelación: Escribir una novela. Fue comenzar
con un proyecto que se hallaba fraguándose en mi mente durante meses y no me
dolieron prendas incluso en ponerme metas para cumplir dichas aspiraciones,
tampoco tuve reparos en presentarme a los certámenes Primavera o Planeta con la
certidumbre de que estar entre los finalistas sería una quimera. Quizá erré de
impaciente, seguramente, pero quería demostrarme de lo que era capaz sin darme cuenta de que, como en los buenos guisos, todo es mejor si
se hace a fuego lento.
Hoy,
con la madurez que he ido acumulando en estos dos años de experiencia como «contador
de historias», lo único que puedo decir con orgullo es que aquel proyecto que
comenzó hace dos años se encuentra ahora a muy poco de culminarse y que en pocos meses
saldrá a la luz. Su nacimiento podría equipararse, casi, a los de mis hijos, si
bien su gestación ha sido mucho más de nueve meses.
Dos
años para una persona que sólo escribe en sus ratos libres (que no son más de una hora al día, y unas
cinco los fines de semana) es todo un logro para haber podido culminar con todo un
proyecto literario si se tiene en cuenta de que la media que se invierte en darle forma a una novela en cuerpo y alma para un profesional
—por lo que yo tengo entendido— es de tres años. O sea, que me puedo considerar afortunado por haber invertido sólo un par de años teniendo en cuenta el resto de ocupaciones profesionales y personales que no son pocas.
Y todo
esto lo escribo por varias razones:
La
primera es para quienes escucharon hace meses que estaba inmerso en un proyecto
literario y que yo utilizaba como subterfugio para eludir compromisos sociales
a los que por desgracia no he podido acudir.
La
segunda es para quienes han colaborado en esta idea, los cuales han sido un pequeño
grupo de allegados que me han apoyado, corregido, sugerido, etcétera. Nunca
podré agradecerles con palabras todo lo que han contribuido en esta humilde
obra personal. Y todavía hoy les exijo para que lean los manuscritos en un plazo
determinado que imprimiré antes de publicar, para minimizar cualquier fallo
gramatical (claro que con 120.000 palabras… algún lapsus
calami existe).
Y la
tercera es, efectivamente, una razón meramente promocional y cuya campaña empieza hoy, todavía no sé en qué
editorial voy a publicar mi primera novela si bien ya puedo anunciar su título:
Mi
hija y la ópera. Una obra escrita desde la imaginación que no posee
ningún tinte autobiográfico —que hay quién se empeña entre mi grupo de lectores
en buscar semejanzas entre mi vida y los personajes principales— y que tiene
como único propósito entretener y conmover.
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