MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 35
6 Trini se hizo cargo de todo lo referente a la certificación del óbito y de coordinar las funciones de los cuatro profesionales que descendieron el ataúd al salón, junto al piano, uno de los deseos de mi padre. El protocolo restante desde aquel momento hasta que anocheció fue realizado por una serie de personas acostumbradas a trabajar con cuerpos sin vida. Marisa fue la primera en llegar, iba acompañaba de Pedro. Entre sollozos me abrazó. Su aspecto había mejorado ostensiblemente en el último mes, las canas que contrastaban con su cabello azabache, se habían convertido en mechones rubios sobre una melena castaña, un lindo pañuelo rojo bordeaba su cuello; Pedro vestía un refinado traje azul marino con una bufanda negra que colgaba garbosa sobre uno de sus hombros. Era sábado, a lo mejor vinieron ataviados así para la ocasión, o tal vez se les había truncado algún plan aquella noche. El salón estaba lleno de personas desconocidas cuando llegaron Laura y Alberto. A