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MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 26

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25    Isabel estuvo en casa ultimando los preparativos del viaje un día antes de nuestro periplo aeroportuario. Ya habíamos conversado telefónicamente numerosas veces en las anteriores jornadas convirtiéndose la organización en toda una obsesión para ambas.    —Ahora en diciembre —explicaba Isabel— tenemos que llevar mucha ropa de abrigo. En Nueva York hace un frío que pela.    —Yo he pensado —dije— en comprar allí parte del vestuario que vaya a usar, así podré llevarme la maleta con menos peso, al menos en la ida.    —No te preocupes, que yo también tengo pensado gastarme todo el dinero que me dé mi madre.    En realidad, nuestros padres nos habían entregado tres mil euros para que los cambiásemos en dólares antes de partir. Era un presupuesto conjunto «No tenéis necesidad de malgastarlos íntegramente» decía el cabeza de familia. Él, reticente a que dos mujeres portásemos tanta cantidad de dinero en efectivo nos exigió mucha responsabilidad y cuidado.   —Para mí no

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 25

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24    Hasta este pasado mes de noviembre nunca había visto a mi padre acudir al médico. Sin embargo, en una misma semana visitó el centro de salud del pueblo en dos ocasiones, Marisa nunca le dejaba ir solo, yo les acompañé en la segunda cita, cuando lo derivaron al Hospital Comarcal del Noroeste, en Caravaca de la Cruz.    Los médicos del hospital nos tranquilizaron sobre su estado informándonos de que su deterioro físico podría responder a un virus del sistema digestivo.    Marisa y yo nos encontrábamos ante varias situaciones que debíamos resolver, una de ellas era la del viaje a Nueva York, mi pretensión en principio era cedérselo a ellos. Esa alternativa era ahora imposible, mi padre no se hallaba con la salud necesaria para realizar un desplazamiento de tanta distancia a dos semanas vista. Tampoco podría acompañarme Marisa, que debería de estar a su lado cuidándolo. La única opción posible era la de buscar en mi entorno más próximo una compañía para mi marcha a Esta

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 24

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23    A mis veintitrés años solo hay dos cosas de las que puedo hacer gala: mi talento frente al piano y mis conocimientos de música clásica. De ambas virtudes estoy orgullosa, pero siempre he creído que nunca podría exhibirlas fuera del círculo más próximo. Ha sido en este último año cuando he conseguido realizarme con mis dos grandes pasiones.    Gracias a los consejos de Marisa me desprendí de la losa de la timidez que tanto me atenazaba. Empecé a tocar el piano en el mismo local donde Daniel interpretaba su repertorio de melodías cuando, años atrás, dejó de ser mi profesor. El miedo escénico pude superarlo sin demasiadas dificultades ya que me vi arropada por mi padre y Marisa, y también por Pedro y Soledad que no se perdieron ninguna de mis actuaciones. Sé que Antonio, el tendero, estuvo en el primero de aquellos recitales, medio a escondidas, confundido con la clientela de la barra. Seguramente quiso comprobar con sus ojos lo que vería anunciado en los muchos carteles