MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 19
18 El único inconveniente que afloró tras las primeras semanas de convivencia con Marisa, fue que, naturalmente, yo había dejado de tener intimidad. No es que su estancia me molestase, y si así hubiera sido, fue compensada con creces por los beneficios que aportaba a mi padre su presencia. Sus hijas, ambas con una vida social agitada, no percibirían la ausencia de su madre en su casa durante los fines de semana. Por eso, el paso siguiente que di al del aislamiento fue el de fingir todo lo contrario, pretendía parecer una persona independiente y poco hogareña, por lo que debía de estar el mayor tiempo posible de los sábados y los domingos «desaparecida». Como siempre, me valí de la total disposición de Antonio hacia mí y lo manejé para que estuviera a todas horas conmigo (siempre y cuando el horario de su tienda se lo permitiese). Las noches teníamos garantizada la diversión con nuestras amistades de la peña. Sólo me bastaba con que las mañanas de los domingos hiciésem