Entradas

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 19

Imagen
18    El único inconveniente que afloró tras las primeras semanas de convivencia con Marisa, fue que, naturalmente, yo había dejado de tener intimidad. No es que su estancia me molestase, y si así hubiera sido, fue compensada con creces por los beneficios que aportaba a mi padre su presencia. Sus hijas, ambas con una vida social agitada, no percibirían la ausencia de su madre en su casa durante los fines de semana. Por eso, el paso siguiente que di al del aislamiento fue el de fingir todo lo contrario, pretendía parecer una persona independiente y poco hogareña, por lo que debía de estar el mayor tiempo posible de los sábados y los domingos «desaparecida».    Como siempre, me valí de la total disposición de Antonio hacia mí y lo manejé para que estuviera a todas horas conmigo (siempre y cuando el horario de su tienda se lo permitiese). Las noches teníamos garantizada la diversión con nuestras amistades de la peña. Sólo me bastaba con que las mañanas de los domingos hiciésem

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 18

Imagen
17    Me parecía verdaderamente un misterio descubrir qué tipo de virtudes pudo encontrar Marisa en mi padre, tan huraño, hermético, maniático y, mayormente, tan rudo; ¡qué contraste con ella!, excelente conversadora, con una escucha activa en la que jamás interrumpía, prudente en sus opiniones… Aunaba perspicacia y modestia como nadie, polifacética en cuanto al arte —en este aspecto sí comulgaban—, pintaba de maravilla exhibiendo algunos de sus cuadros en las viejas paredes de nuestro hogar, también se arrancaba a cantar con su espléndida voz mientras arpegiaba la guitarra siguiéndome a mí o a mi progenitor frente al piano.    Dudo de que mi padre contase a Marisa que había sido capaz de matar a un ser humano, como una vez confesó a sus amigos, o incluso de amputar media mano a un delincuente con un hachazo, así como de haber atacado a su propio perro, a mi malogrado Yako . A veces yo pensaba que él, con sus acciones, se acercaba a la imagen que todos asumimos de un crimin

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 17

Imagen
16    Un domingo por la mañana me llamó mi tía para informarme de una fantástica noticia: ¡Estaba embarazada! Por fin iba a tener un primo, con una diferencia de edad, eso sí, de más de veinte años. Sus progenitores barajaron los nombres de Alejandro y María según el sexo del futuro bebé. Una ecografía anticipó semanas más tarde de que nacería varón.    Por aquella época mi apego hacia Antonio se había acrecentado de tal manera que difícil era el día que no charlábamos en su supermercado e inaudito el fin de semana que no quedábamos coincidiendo con su peña que ya consideraba como propia. Comencé a descubrir cierto encanto en la personalidad de aquel tipo y no sé si ese sentimiento era por aquel entonces recíproco. Incluso lo aficioné un poco a la ópera, a veces la escuchábamos en casa y otras en el coche. En otras ocasiones, simplemente salíamos para comer pipas en la plaza del Ayuntamiento mientras criticábamos a cualquiera de las amistades que teníamos en común.    Mi