Entradas

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 18

Imagen
17    Me parecía verdaderamente un misterio descubrir qué tipo de virtudes pudo encontrar Marisa en mi padre, tan huraño, hermético, maniático y, mayormente, tan rudo; ¡qué contraste con ella!, excelente conversadora, con una escucha activa en la que jamás interrumpía, prudente en sus opiniones… Aunaba perspicacia y modestia como nadie, polifacética en cuanto al arte —en este aspecto sí comulgaban—, pintaba de maravilla exhibiendo algunos de sus cuadros en las viejas paredes de nuestro hogar, también se arrancaba a cantar con su espléndida voz mientras arpegiaba la guitarra siguiéndome a mí o a mi progenitor frente al piano.    Dudo de que mi padre contase a Marisa que había sido capaz de matar a un ser humano, como una vez confesó a sus amigos, o incluso de amputar media mano a un delincuente con un hachazo, así como de haber atacado a su propio perro, a mi malogrado Yako . A veces yo pensaba que él, con sus acciones, se acercaba a la imagen que todos asumimos de un crimin

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 17

Imagen
16    Un domingo por la mañana me llamó mi tía para informarme de una fantástica noticia: ¡Estaba embarazada! Por fin iba a tener un primo, con una diferencia de edad, eso sí, de más de veinte años. Sus progenitores barajaron los nombres de Alejandro y María según el sexo del futuro bebé. Una ecografía anticipó semanas más tarde de que nacería varón.    Por aquella época mi apego hacia Antonio se había acrecentado de tal manera que difícil era el día que no charlábamos en su supermercado e inaudito el fin de semana que no quedábamos coincidiendo con su peña que ya consideraba como propia. Comencé a descubrir cierto encanto en la personalidad de aquel tipo y no sé si ese sentimiento era por aquel entonces recíproco. Incluso lo aficioné un poco a la ópera, a veces la escuchábamos en casa y otras en el coche. En otras ocasiones, simplemente salíamos para comer pipas en la plaza del Ayuntamiento mientras criticábamos a cualquiera de las amistades que teníamos en común.    Mi

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 16

Imagen
15    Me cité con Antonio, coincidiendo asiduamente con buena parte de sus amigos de la peña, durante todos los fines de semana de aquel verano. Salvo en el penúltimo de agosto, aquella fecha estaba reservada al casamiento de mi tía Laura con Alberto, mi padre y yo volvimos a pisar suelo cartagenero después de casi cuatro años para asistir al enlace.    Tuvieron el acierto de ubicarnos en la mesa presidencial, ya que no conocíamos a ningún otro invitado excepto a mi abuela María que por aquel entonces ya estaba hecha un vegetal. Los padres del novio se encontraban al otro lado de los recién casados, irradiaban glamour por los cuatro costados, esclavizados por tontas frivolidades. Nuestro humilde aspecto y ademanes sencillos contrastaban con los del resto de comensales. Yo me había comprado un vestido que me iba largo, el cual me obligó a que caminase firme y cauta para evitar pisarlo con unos tacones a los que nunca estaré acostumbrada; mi padre estrenó traje para la ocasión