MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 31
2 Las Navidades transcurrieron en el estado taciturno que presagiábamos. Pedro acudió a casa la noche de fin de año, fue una de sus últimas visitas, las hijas de Marisa comparecieron igualmente a tomarse las uvas con nosotros, también vinieron antes, para conmemorar la Nochebuena. En ninguna de las dos noches pude establecer una conversación con mi idolatrada Isabel que me acercara un poco a ella. Alguna mirada a hurtadillas en sendas cenas ponía de manifiesto que volver a acariciar su piel sería una quimera mientras que yo fuera para ella la encarnación de una estupidez perpetrada en una noche etílica. Solo mi tía, que estuvo al corriente del padecimiento de mi padre, se encargó de llamarnos con frecuencia manifestando su intranquilidad por la evolución del enfermo. Pese al inexorable advenimiento de su muerte, él intentaba continuar con su rutina que únicamente interrumpía cuando tenía que atender alguna visita. Sus largas expediciones por el monte se habían co