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Volumen 12 de «Mi hija y la ópera»

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11    El trasiego que mi padre produjo accediendo a intervalos, más o menos, regulares a la habitación secreta me dejó en vela casi toda la madrugada. Le oía cerrar con llave cada vez que la abandonaba, quería evitar a toda costa que nuestra curiosidad rompiese la mágica sorpresa que nos aguardaba. Escuchaba, asimismo, los ronquidos de Alberto que atravesaban el tabique que separaba mi dormitorio de donde él pernoctaba. Presentí que mi tía estaría despierta, imaginando los recuerdos con los que se toparía al adentrarse a la sala que tantos años nos había estado vetada. Yo creía conocer todo lo que allí se almacenaba, ¡cuán equivocada estaba! Me levanté sobre las nueve, mi padre había salido a caminar, y mi tía y Alberto desayunaban en la cocina, ambos callados, el silencio solo se rompía con el roce de las cucharillas en las tazas de café con leche que removían con persistencia.    —Buenos días, tita, buenos días, Alberto.    —Buenos días, Violeta —saludaron a la vez.    —

Volumen 11 de «Mi hija y la ópera»

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10    Con la sorprendente noticia de que iba a contraer matrimonio me llamó mi tía Laura una noche de otoño. Cierto sentimiento de desamparo me invadió, si bien, me congratulaba por el rumbo ilusionante que había adquirido su vida. Por ello, me entusiasmé cuando ella me confirmó que vendría el sábado a pasar el día con Alberto, su futuro marido (en verdad se casaron unos cuantos años después, la enfermedad de mi abuela imposibilitaría todos sus planes). Recibir una visita en casa era siempre motivo de apoteosis en aquel tiempo en el que Pedro, Juan y Dani eran las únicas personas que se adentraban a nuestra morada. Por suerte, contaba con Yako , el único ser que me hacía compañía sin ningún otro interés que el de estar conmigo. El carácter le había cambiado a mi padre en los últimos meses, se había convertido en un hombre irascible y gruñón, sufría su asedio diario hacia mí en discusiones, algunas veces insólitas, ocasionadas por motivos dispares. No simpatizó con la idea de qu