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Volumen 36 de «Mi hija y la ópera»

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7       Mi pequeño nació con algo más de tres kilogramos de peso el 3 de septiembre de 2005. Por aquel entonces ya tenía apalabrada la vivienda en la que ahora resido. Mis tíos me facilitaron los datos de un conocido suyo que pretendía vender su casa en Cala Flores, un sinuoso complejo residencial junto al pueblo pesquero de Cabo de Palos, a unos treinta kilómetros de Cartagena. Posee unas espectaculares vistas al Mediterráneo. Mi niño se asemeja a su padre, conserva hoy los rasgos bellos co n los que llegó al mundo y su piel tostada de mulato desentona con mi clara tez. Juntos formamos un fabuloso contraste de tonos cromáticos. A veces, sobre todo cuando llegaba ese inenarrable lazo entre madre e hijo que es el amamantamiento, yo reflexionaba sobre las numerosas preguntas que se haría cuando creciese, respecto a su color de piel, o de su padre, o cualquier otra cuestión que pusiera en peligro el inquebrantable secreto que iba a imponerme en relación a su origen.    Poco ante

Volumen 35 de «Mi hija y la ópera»

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6    Trini se hizo cargo de todo lo referente a la certificación del óbito y de coordinar las funciones de los cuatro profesionales que descendieron el ataúd al salón, junto al piano, una de las últimas voluntades de mi padre. El protocolo restante desde aquel momento hasta que anocheció fue realizado por una serie de personas acostumbradas a trabajar con cuerpos sin vida. Marisa fue la primera en llegar, iba acompañaba de Pedro, entre sollozos me abrazó. Su aspecto había mejorado en el último mes, las canas que contrastaban con su cabello azabache, se habían convertido en mechones rubios sobre una melena castaña, un lindo pañuelo rojo bordeaba su cuello. Pedro vestía un refinado traje azul marino con una bufanda negra que colgaba garbosa sobre uno de sus hombros. Era sábado, a lo mejor vinieron ataviados así para la ocasión, o tal vez se les había truncado algún plan aquella noche.    El salón estaba lleno de personas desconocidas cuando llegaron Laura y Alberto. A mi tía se

Volumen 34 de «Mi hija y la ópera»

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5    Cuatro meses y un día distaron desde que le comunicamos a mi padre su ineludible final hasta que abandonó este mundo. Marisa ya se había marchado de casa, justo el día después de su cumpleaños. Se fue implorando a su entrañable pareja que dejara un espacio para ella en su pensamiento. Le acarició su cabello encanecido, cada vez menos espeso, y le besó en unos labios que reclamaban más oxí­geno que cariño. Portaba una maleta con todas sus pertenencias finiquitando cualquier vestigio de coexistencia con nosotros. Se despidió de Trini con dos besos y de mí con profundo abrazo: «Os quiero con toda mi alma». Echó un último vistazo a la habitación con cierta entereza, constató con la mirada que había dejado un hermosísimo vestido rojo que nunca llegó a estrenar en el armario del dormitorio que se encontraba entreabierto. Era el atuendo que debía de haber lucido para la representación del Romea que no pudo disfrutar en compañía de aquella persona que se moría por segundos. Aquel e

Volumen 33 de «Mi hija y la ópera»

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4    Las jornadas transcurrieron implacables, el estado físico de mi padre nos revelaba que nos encontrábamos ante su inexorable fin. La máquina que le ayudaba a respirar producía un estridente sonido que impedía el descanso a todo aquel que procurase reposar en su dormitorio. De igual modo yo dormía la siesta sobre su cama mientras él, desde su mecedora, intentaba releer alguna de las muchas obras que atesorábamos en casa desde tiempos inmemoriales. Creo que ya ni leía, utilizaba el libro para dirigir su mirada y pensar. Otras veces lo cerraba, descorría la cortina y le echaba un vistazo al pueblo y quién sabe si a la infinitud del paisaje, meciéndose con suavidad. Yo solo abandonaba la habitación cuando Trini, la enfermera que le asistía, se adentraba para realizar su ingrata labor de limpieza. Conociéndole, debió ser humillante para él. No quiero imaginar cómo tuvo que sentirse cuando en ese mismo cuarto lo desnudaron y ataron a la pared durante días.    Desde que Marisa s