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Volumen 30 de «Mi hija y la ópera»

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ACTO II Mi hija y la ópera 1    Cabo de Palos, 2010    Algo más de un lustro ha transcurrido desde que concluí el manuscrito. Mi vida ha evolucionado, ya no soy la misma Violeta de entonces, ahora puedo hacer gala de ser una persona equilibrada y madura sin ningún género de complejos. Quienes me conocen de antaño afirman que mi mirada infunde armonía y tranquilidad, nada que ver con mi vieja expresión tortuosa que inspiraba suspicacia y antipatía. Gracias a los ejercicios de meditación que practico a diario, y a la lectura de libros de filoso­fía oriental, he logrado un estado emocional casi imperturbable y proyectar una conciencia profunda a mi existencia. He conseguido vivir en un silencio que solo se rompe con el rumor de las olas y el sonido del viento que flamea las cortinas de mi casa cuando abro las ventanas de par en par aun a riesgo de que la madera del piano se deteriore con el salitre. La música está ahora en un segundo plano, aunque a veces escucho y des

Volumen 29 de «Mi hija y la ópera»

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28    Avistamos la mirada glacial e indiferente de Marisa al otro lado del pasillo, junto a otras personas que aguardaban la llegada del vuelo de Madrid, en el Aeropuerto de Alicante. Era la una de la tarde del pasado martes 14 de diciembre. Nos recibió con una mueca que pretendía fingir una sonrisa. Sus ojeras evidenciaban un rostro fatigado que yo atribuí a la resaca de un fin de semana agitado. Más raros fueron los dos besos atropellados con los que saludó a su primogénita en relación al profundo abrazo que me ofreció sin pronunciar palabra. Marisa dejó conducir a su hija de regreso a casa, había venido a por nosotras en el automóvil de Isabel, un utilitario en cuyo maletero solo cabía la mitad de nuestro equipaje. A pesar de la insistencia de «nuestra madre» me senté en el asiento de detrás, con mi maleta a la izquierda.    —¿Qué tal los rascacielos, se ven tan altos como en las películas? —preguntaba con indisimulada apatía.    Asentíamos sin entusiasmo, Marisa no lo d