Volumen 21 de «Mi hija y la ópera»
20 Ana, la menor de las hijas de Marisa, tenía previsto irse en septiembre, justo después de los encierros, a Murcia para vivir con su hermana Isabel. Se había matriculado en la universidad de la capital y, como cabría esperar, permanecería grandes temporadas lejos de Calasparra. La mayor estaba comprometida con un joven murciano, por eso apenas venía al pueblo salvo algún esporádico fin de semana. La pequeña aprovecharía esa circunstancia y la libertad que le brindaba no estar tutelada por su progenitora. Además, al carecer de vehículo propio para poder desplazarse con total independencia le obligaría a quedarse en la ciudad y, con ello, desligarse de su relación con un chico de la localidad; un romance —según contaba su madre— no tan consolidado como el de su hermana. Mi padre y Marisa establecieron que, a partir de dicho momento, vivirían juntos, y no solo los fines de semana como se estaba haciendo hasta entonces. Acogí la idea con entusiasmo, mi progenitor escalaría