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MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 37

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8    Algunas mañanas, después de dejar a mi hijo en el colegio, abro las ventanas de toda la casa y toco el piano, me encanta la sensación de la brisa marina mientras interpreto aleatoriamente melodías a la par que las cortinas serpentean esparciendo ese olor a mar que se impregna en las paredes hasta que el salitre se mezcla con mis melancólicas lágrimas. Ahora entiendo por qué mi progenitor interrumpía las ejecuciones con brusquedad, porque su música evocaba a sus difuntos.    Unos jubilados germanos, vecinos nuestros en los meses de invierno, son los únicos que aplauden mis composiciones; él es un encantador caballero de nombre impronunciable, afirma ser un apasionado de la ópera, con predilección por Wagner y Gluck; yo le rebato, siempre amistosamente, por mi inclinación hacia los autores italianos, aunque un día confesé que, de niña, mi ópera preferida era La Flauta Mágica de Mozart, escrita en alemán. Para que me entendiera se lo tuve que indicar en su título origi

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 36

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7       Mi pequeño nació con algo más de tres kilogramos de peso el 3 de septiembre de 2005. Por aquel entonces ya tenía apalabrada la vivienda en la que ahora resido. Finalmente mis tíos me facilitaron los datos de un conocido suyo que pretendía vender su casa en Cala Flores, un sinuoso complejo residencial junto al pueblo pesquero de Cabo de Palos, a unos treinta kilómetros de Cartagena. Posee unas espectaculares vistas al Mediterráneo.    Afortunadamente mi niño se asemeja a su padre, conserva hoy los rasgos bellos con los que llegó al mundo y su piel tostada de mulato desentona con mi clara tez. Juntos formamos un fabuloso contraste de tonos cromáticos.     Algunas veces, sobre todo cuando llegaba ese inenarrable lazo entre madre e hijo que es el amamantamiento, yo reflexionaba sobre las numerosas preguntas que se haría cuando creciese, respecto a su color de piel, o de su padre, o cualquier otra cuestión que pusiera en peligro el inquebrantable secreto que iba a impo

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 35

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6    Trini se hizo cargo de todo lo referente a la certificación del óbito y de coordinar las funciones de los cuatro profesionales que descendieron el ataúd al salón, junto al piano, uno de los deseos de mi padre. El protocolo restante desde aquel momento hasta que anocheció fue realizado por una serie de personas acostumbradas a trabajar con cuerpos sin vida.    Marisa fue la primera en llegar, iba acompañaba de Pedro. Entre sollozos me abrazó. Su aspecto había mejorado ostensiblemente en el último mes, las canas que contrastaban con su cabello azabache, se habían convertido en mechones rubios sobre una melena castaña, un lindo pañuelo rojo bordeaba su cuello; Pedro vestía un refinado traje azul marino con una bufanda negra que colgaba garbosa sobre uno de sus hombros. Era sábado, a lo mejor vinieron ataviados así para la ocasión, o tal vez se les había truncado algún plan aquella noche.    El salón estaba lleno de personas desconocidas cuando llegaron Laura y Alberto. A